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San Juancito, un legado de riqueza histórica y natural

La belleza y exuberancia que inicia desde el pueblo hasta llegar a La Tigra siguiendo la ruta minera son de un potencial turístico inigualable y todavía subexplotado.

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26.09.2015

San Juancito

Llegar a este pintoresco pueblo asentado en las faldas del cerro La Tigra es un deleite para los sentidos de quienes huyen de la ciudad para descansar en la tranquilidad del área rural.

Pero esa paz que exhibe en la actualidad este poblado de calles empedradas y arquitectura marcada por la actividad minera no era igual hace más de un siglo, cuando el oro y la plata extraídos de sus generosas montañas atraían a trabajadores, comerciantes y aventureros de Centroamérica y el resto del mundo.

Tras la prosperidad que trajo la minería vino el estancamiento económico, cuando la compañía que operó en el lugar por más de 50 años se trasladó a Santa Bárbara, pero fue superado gracias a otros tesoros que también nacen de la tierra.

El ecoturismo, la caficultora y la agricultura orgánica son los sustentos principales de la economía local. Otro sector de la población viaja a diario a trabajar en Tegucigalpa.

Si bien el auge minero alcanzó cifras millonarias, como para no deber un tan solo centavo de la deuda externa, la belleza y exuberancia que inicia desde el pueblo hasta llegar a La Tigra siguiendo la ruta minera son de un potencial turístico inigualable y todavía subexplotado.

Bajo la tierra, cerca del cielo. Para recorrer los túneles cavados por la transnacional minera New York and Honduras Rosario Mining Company hay que salir de San Juancito y emprender un recorrido de 3 a 4 kilómetros cuesta arriba.

Hacia 1881, cuando la explotación minera en el país era apenas un recuerdo de la colonia, la compañía empezaba las explotaciones con una concesión del gobierno para los próximos veinte años, que comprendía franquicias generosas para la introducción de todos los insumos utilizados en la mina, narra la historiadora Leticia de Oyuela en su libro Esplendor y miseria de la minería en Honduras.

A medida que se avanza en la montaña, el clima es más fresco y la carretera más angosta.

La cueva del Rosario, la más grande de todas las explotadas por la minera, está a unos 1,600 metros de altura. A varios metros están los cuatro hornos donde antaño se separaba la broza y luego se fundía el oro y la plata en una sola barra. Más de 50 años después, las paredes de piedra maciza todavía despiden un olor cenizo.

A esta altura el paisaje empieza a deslumbrar al visitante con montañas coronadas por espesas neblinas. Un ciudadano alemán habita en las proximidades, vende mermeladas caseras y recibe la visita de sus compatriotas deseosos de conocer nuevos parajes.

Unos metros más arriba está la antigua sede de la Gerencia General de la Rosario, un viejo edificio de cemento custodiado por un vecino de la comunidad. A la par está la que fuera casa de los gerentes de la compañía, una construcción de madera cuya fachada ha colapsado con el paso de los años. También, cerca de allí, están los restos del “Club social”, exclusivo para los empleados norteamericanos. Aquí, nadie recuerda un edificio más grande y ostentoso, tenía tres pisos y ahora hay una escuela.

Tras diez minutos de camino avizoramos el Eco albergue El Rosario, un antiguo hospital de la compañía minera convertido en sede de la Fundación Amigos de la Tigra (Amitigra), donde los turistas pueden pernoctar.

Parte del atractivo que ofrece Amitigra a los aventureros deseosos de conocer la montaña son precisamente las cuevas y respiraderos que dejó la minera.

A medida que nos adentramos en la montaña la impresión del recorrido en medio de árboles centenarios, bromelias, líquenes, hongos, epifitas y el canto lejano de un jilguero promete ser inolvidable.

Llegamos a la bocamina Peña Blanca, a 1, 720 metros sobre el nivel del mar. El agua natural de la montaña se ha ido adueñando de su interior. La mayoría de las cuevas de la Rosario están selladas para evitar la entrada de curiosos. Los gases y los derrumbes todavía son un peligro.

José Arístides Alonso, ex minero, recuerda que los accidentes en las minas eran moneda corriente. La compañía les daba a los familiares de los fallecidos 12 ó 15 lempiras más el ataúd.

Si caminar en la montaña ocho kilómetros ida y vuelta es agotador, debió ser más extenuante para los mineros que llegaban a pie desde el pueblo. La minera abrió túneles debajo de La Tigra sin ninguna discriminación y no había un camino adecuado para el trasiego de los lingotes, transportados en la montaña a lomo de mula y exportados a Estados Unidos a través del puerto de Amapala.

Leticia de Oyuela resalta la comodidad que la compañía brindó a sus empleados en cuanto a viviendas, escuelas, agua potable y electricidad. En San Juancito se construyó la primera estación hidroeléctrica de Centroamérica.

No obstante, había una gran diferencia en las remuneraciones al personal local y extranjero. El trabajador hondureño le costaba al enclave $1.19 diarios, mientras que cada ejecutivo extranjero devengaba, en promedio, $9.10 al día.

Expandiendo horizontes. En 1998, el huracán Mitch también se ensañó con San Juancito. La antigua escuela bautizada con el nombre de “Marco Aurelio Soto y creada en tiempos de la minera fue arrastrada por el río. Cuarenta y nueve casas se perdieron.

“Después del huracán la estructura del pueblo cambió” afirma el gerente de la Cooperativa Mixta San Juancito Limitada (Comisajul) Saúl Méndez Domínguez, quien considera que los túneles cavados por la Rosario Mining Company empeoraron los efectos del fenómeno.

“La minera estaba destruyendo toda la montaña, que tiene túneles por doquier”, afirma.

En la actualidad, la principal fuente de trabajo es la caficultora y la producción de hortalizas.

De hecho, la Comisajul fue creada para comercializar mejor el café de un grupo de 16 productores. La cooperativa también fundó el primer colegio, inicialmente privado y ahora oficial.

Los habitantes han recibido apoyo del extranjero para el desarrollo agrícola.

Para el caso, la aldea de Guacamaya es modelo en conservación de suelos a nivel de Centroamérica con cultivos en terrazas y abonos orgánicos.

“Gracias a Dios que se fue”. Gregorio Pineda fue un carpintero de la Rosario Mining Company. “Había tres turnos diarios para que la gente trabajara de día y de noche”, recuerda. La minera no concedía los feriados de Semana Santa ni de Navidad.

Además, colocaba a los alcaldes y tenía una legación de EE UU que velaba por sus intereses.

En 1937, registró las mejores ganancias de su historia con una exportación de más de tres millones de onzas de oro que salieron del país sin ningún beneficio para sus arcas ya que estaba exenta del pago de impuestos.

Leticia de Oyuela sostiene que fue la mina la que pagó el desfase de la bolsa neoyorquina en 1930.

El escritor Matías Funes, en su novela Oro y miseria o las minas del Rosario denuncia la complicidad de algunos gobernantes hondureños con la transnacional, a la que ofrecieron todo tipo de prebendas. En el recuerdo popular todavía subsiste el de los mineros que cayeron por la silicosis pulmonar causada en las frías cuevas.

A favor de la compañía, Oyuela señala que ésta propició el surgimiento del minero como profesional y no sólo como un sujeto que busca su superviviencia.

Cuando el complejo se trasladó a Santa Bárbara para explotar el mineral El Mochito, en 1945 según Oyuela, y en 1954 según los habitantes del pueblo, más de 2, 600 mineros emigraron para trabajar en Canadá. Las publicaciones Fortune y Mineral Operation consignan que el grupo fue muy bien calificado por su destreza, eficiencia y valentía, pero posteriormente tuvo que regresar a Honduras por .

La revancha

El expresidente Julio Lozano Díaz fue contador en la Rosario y cuando fue despedido injustamente (algunos dicen que por su afición al aguardiente) habría dicho: “Algún día he de ser algo gringos hijos de p...”. Cuando llegó al poder, obligó a la minera a reportar exactamente las cantidades y tipos de minerales que exportaban y además quiso ampliar los impuestos que pagaba la compañía, aunque ésta se negó rotundamente.

“La crudeza”

Una imagen de San Juancito en 1893 aparece en el revés de los billetes de 500 lempiras. El pueblo nunca se incluyó en la jurisdicción de la Villa de Tegucigalpa, pues un juez privativo de tierra había declarado que la zona era “impenetrable”, por lo que se le dio el título de “La Crudeza”. En la década de 1880, los hermanos Valentine advirtieron la importancia del mineral San Juancito y empezaron a comprar todas las tierras posibles de los alrededores.

Lo dijo

Si la riqueza minera explorada en San Juancito hubiera sido para ganancia del país, éste “no tendría deuda externa sino que ellos (los acreedores) serían dependiente de nosotros”.

Leticia de Oyuela
Historiadora

La anécdota

Para robarse el oro, los empleados de la Rosario Mining Company se lo tragaban y de ahí se limpiaban cuando hacían “el cuerpo”, cuenta José Arístides Alonso, ex minero de San Juancito.

*Artículo publicado orginalmente en la revista SIEMPRE en agosto de 2004 bajo el título: La otra mina de San Juancito

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