TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Cuando la familia de Antonio Ramos recibió la noticia de que había sufrido un accidente de moto, a solo una cuadra de su casa, al ser embestido por un pick-up, temieron lo peor. Era 2009 y cómo muchos hondureños había perdido su empleo a causa de la crisis política que atravesaba Honduras.
La zozobra no pasó, sino tras varios días de espera en la sala de emergencia del Hospital Escuela, tras varios exámenes físicos, radiografías, una tomografía, tres cirugías, 40 días de hospitalización en la sala de ortopedia de hombres y 24 largos meses de recuperación. Sin duda, dentro de la tragedia Dios lo protegió, pues las lesiones pudieron haber sido mayores, irrecuperables o incluso haberle causado la muerte.
El proceso requirió de mucha fe y paciencia, pero además energía para enfrentar la angustia de tener además que cubrir los altos costos a los que se enfrentaron tras el accidente. Como sufrió tres lesiones, un neumotórax que requirió la colocación de una sonda torácica unida a un sistema de drenaje pleural, además, una fractura expuesta de tibia y peroné y otra fractura doble en el fémur de la otra pierna, a medida avanzaban los días, también la carga económica.
Y es que más allá de que los costos de hospitalización, que corren por cuenta del Estado -en el caso de los motociclistas que no cuentan con seguridad social y son atendidos en el Hospital Escuela-, hay una infinidad de grandes gastos que el paciente y su familia debe sufragar.
Con angustia, doña María, madre de “Toño”, recuerda el momento cuando -en medio de la tragedia- le dijeron que su hijo se iba a recuperar, pero antes necesitaría dos costosos clavos de platino (pines y placas), en ese momento valorado en 12 mil lempiras cada uno, para poder reparar los daños, pues el Hospital Escuela no cuenta con esos implementos médicos y deben ser adquiridos por cada paciente para poder ser intervenido. “Sin esos clavos no podrá caminar”, recuerda que le indicó el cirujano ortopeda.
Para su lesión expuesta de tibia y peroné en su pierna izquierda le solicitaron un tutor externo para el peroné y la reducción abierta; además de un clavo endomedular para la fractura de fémur en la pierna derecha. Era 2009, solo en esos dos productos la familia tuvo que reunir más de 22 mil lempiras, en la actualidad estos implementos médicos han duplicado su costo en el mercado.
Adicionalmente, durante el tratamiento de la tibia y peroné al ser una lesión expuesta y que le había provocado pérdida de piel, requería una cicatrización especial para la que debía emplear apósitos de hidrogel antimicrobiano que debían cambiarse a diario, material que el paciente también debía proveer.
Superada la etapa de hospitalización y las cirugías, Antonio recuerda cómo inició un lento camino a la recuperación, incluyó esperar que las heridas cicatrizaran, luego aprender a movilizarse en silla de ruedas. “Como no sufrí daños en mis brazos, estos fueron de gran ayuda para poder moverme de la cama a la silla, al baño, vestirme solo y poder pasarme de la silla al vehículo cuando ya comencé a ir a las evaluaciones médicas”, revela.
Un año después ya se encontraba en terapia para poder sostenerse en pie, volviendo a confiar en que sus piernas lo sostuvieran y más adelante lograr la rehabilitación total que incluyó fisioterapia por seis meses en el Centro de Rehabilitación Integral Teletón de Tegucigalpa. “Recuerdo que llegué a Teletón en silla de ruedas, con mi rodilla derecha inmóvil y sin poder ponerme de pie, fue un proceso doloroso y largo, pero cada día veía avances”, relata.
Trae a memoria el día que por primera vez en más de un año logró pararse en las barras paralelas, para ese momento las terapias ya le habían ayudado a poder doblar su rodilla. “Fue un momento emotivo, antes de ese momento llegué a creer que no saldría de esa silla”, nos cuenta Antonio. A las caminatas, junto a las barras, siguieron los primeros pasos apoyando en muletas, tiempo durante el que todavía llevaba puesto el fijador en la tibia y peroné.
La constancia y esfuerzo lo llevaron a en pocos meses poder andar solo con el apoyo de una muleta, luego con un bastón y finalmente, caminar sin ningún tipo de apoyo.
El testimonio de Antonio y su familia evidencia apenas una minúscula parte de lo que enfrenta las víctimas de un accidente de moto, pues cada caso tiene sus propias particularidades y por ende distintos niveles de dificultades y costos.