CHOLUTECA, HONDURAS.- Entrar a Honduras por un punto ciego en la frontera con Nicaragua es pernoctar con la muerte.
“Botados en un monte, ocho días sin comer, sin agua, había dos niños que se estaban muriendo de hambre... mataron en la frontera a tres migrantes, dos cubanos y un haitiano, los ladrones”, relató Anderson Craing (21), de padre jamaiquino y madre haitiana. Su historia es solo una idea del sufrimiento que se esconde entre la vegetación que resguarda el caudal del moribundo río Guasaule.
EL HERALDO recorrió la zona para evidenciar el movimiento diario de personas, visitar puntos clandestinos y recolectar testimonios de los maltratados.
A 47.2 kilómetros de Choluteca, en un recorrido en vehículo de apenas 48 minutos —según Google Maps—, está posicionada la Aduana Guasaule, línea divisoria entre Honduras y Nicaragua.
Decenas de rastras y camiones ubicados en fila india brindan una peculiar bienvenida a los conductores que deben maniobrar en contravía para ingresar.
Bicitaxis por todo lados, cambistas de dólares y empleados de la aduana proliferan sin cesar en una especie de mercado a la orilla de las calles.
Al final del camino está ubicado el puente internacional sobre el río Guasaule, desde donde se puede ver en ambos extremos una parte del caudal y la vegetación.
También se puede ver botes construidos con llantas, personas cruzando a caballo, a pie o bicitaxis cargados con sacos en un espectáculo comercial ilegal.
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Ahí bajo del puente, donde las piedras de río se cuentan por millones y la vegetación no tiene que envidiarle nada a una selva africana, están los puntos ciegos por donde cruzan miles de migrantes de todas las partes del mundo, pero especialmente haitianos, cubanos y africanos.
Por uno de esos puntos entró el haitiano-jamaiquino Anderson Craing (21), quien desde niño ha tenido un espíritu aventurero.
Viene de Chile, donde dejó a su pequeña hija de dos años; asegura que no le iba mal, solo el tema del racismo que al parecer lo persigue para donde camine.
Cruzó Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, “pero nada más difícil que aquí en Honduras, lo más difícil de todo es aquí”.
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Ingresó al país por un punto conocido como Canoas de la mano de un guía hondureño —no los conocen como coyotes— que le prometió a él y a otros haitianos cruzarlos por las montañas.
“Me cobraron 140 dólares, ando ahí con una familia, éramos seis, 140 dólares por persona para entrar, el guía que tenía que llevarnos nos fue a dejar botados en un monte, ocho días sin comer, sin agua, había dos niños que se estaban muriendo de hambre, nos cruzamos por el río abajo del puente, nos abandonaron, ahí anda otro muchacho que le cobraron 300 dólares, igual lo dejaron botado, yo llevaba ocho días esperando”, explicó el extranjero.
Salir de Canoas no es sencillo. EL HERALDO visitó el punto ciego a más o menos una hora en vehículo al norte del puente internacional sobre el río Guasale, el lugar es completamente escondido, lo único que se puede encontrar son grandes extensiones de tierra sembradas.
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Las casas están separadas por kilómetros y los accesos son de una sola vía, por lo que encontrarse un vehículo de frente resulta una odisea al volante.
El punto específico de cruce es una bocacalle donde hay dos casas, en una de esas estaba un muchacho y en el otro una señora que gritó: “A que se los lleven jalados van ahí, aquí es Nicaragua”, aunque el cruce está del lado hondureño.
Al bajar se pudo observar excremento de personas y espacios donde hay evidencia de la presencia de migrantes que esperan la noche para pasar, sin imaginar que lo que tienen más seguro de noche son los asaltos.
Algo más, el caudal del río Guasaule en el cruce Canoas es amplio y con buena profundidad, por lo que el paso es en embarcaciones construidas de llantas.
En el caso de Craing y sus amigos haitianos, cansados de estar en el monte, viendo personas del otro lado, agarraron valor. Eso sí, presenció situaciones terribles que lo marcaron, porque “mataron en la frontera a tres migrantes, dos cubanos y un haitiano, los ladrones no tienen corazón”.
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Una vez en la calle fueron ignorados por casi todo mundo, excepto un sujeto que les recomendó dirigirse a la oficina de Migración en Choluteca, pero les advirtió que nadie les iba a subir a los buses o darles jalón porque es prohibido.
Separado del grupo planeó su estrategia: viajar de noche. “Decidí ir de Guasaule a Choluteca caminando por 12 horas y me han atracado durante todo el camino, me asaltaron, ¡uy! Yo iba caminando y pasó un man en moto y me dijo: ‘¿Para dónde va usted?’, le dije que para Choluteca, yo quiero llegar a la Migración, pero ahí los buses y los taxis no paran para los migrantes, dicen que es prohibido, así que yo caminar, caminar, caminar”.
“Al llegar a San Bernardo, aparecieron como ocho hombres y me gritaban: ‘¡Qué andás trayendo!’, me revisan los bolsillos, menos mal solo venía trayendo mi pasaporte y mi tarjeta de crédito, me quitaron la gorra, me querían quitar toda la ropa, algo muy terrible”.
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Su concepto de los hondureños es filosófico, ya que “todos tenemos 10 dedos, pero no todos somos iguales, algunos son humildes pero otros ¡ufff!, son muy malos, muy malos, caminaba preguntando, la gente no me hacía caso, no me contestan, me ignoran, no sé si por mi color”.
Una queja más: “La Migración está cobrando muy caro, mucho dinero, no hay ninguna rebaja, solo nos queda pagar y uno va cruzando, no entiendo por qué lo hacen, uno solo va de paso, en los demás países nunca nos cobraron nada, nada”.
Pero sufrir en los puntos ciegos de la frontera de Guasaule no es un tema de nacionalidad, edad o género. EL HERALDO interrumpió una amena plática de un grupo de cubanos que se acababan de encontrar, hablaban de la travesía, lo complicado de Cuba. “No, yo a Cuba no regresaría”, dijo uno, mientras que otro rezó: “Eso en ese monte, nos asaltaron, pobres mujeres, eso es complicado, mucho”.
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Ante el comentario, una jovencita de piel trigueña y ojos verdes bajó la mirada tímidamente. Se llama María Carmen o Yanet, en realidad no quiso dar su nombre, pero los dos anteriores son los más comunes en Cuba.
Explicó que salió de la isla a los 18 años, se viene costeando el viaje por su propia cuenta, sueña con llegar a Estados Unidos, ayudar a su papá, allá al único familiar que tiene es a una tía.
“Eso es feo, ahí por el paso, por el monte al momento de entrar, lo toquetean todo a uno, violan mujeres, las manosean, nadie puede hacer nada, a mí no me violaron, pero pasaron cosas”, relató con alguna incomodidad por la presencia de personas extrañas.
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Al igual que la mayoría de migrantes indocumentados que pasan por puntos ciegos en la frontera de Guasaule, la bella cubana fue víctima de guías que les robaron su dinero para posteriormente dejarlos abandonados a su suerte. La mujer también caminó por la noche, se enfrentó a criminales, ahora va en grupo aunque no le garantiza nada.
Su experiencia en Guasaule solo la comparó con el paso por la selva en Panamá, donde también —según su relato— los abusos a las mujeres son interminables y los asesinatos para los que se opongan están a la orden del día.
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