SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- Globos de colores, un delicioso pastel, camisetas personalizadas a mi alrededor, y lo más importante, la compañía de mi esposa y mis dos hijos, fueron el mejor regalo de cumpleaños.
Dios me dio la oportunidad de llegar a cumplir los 50 años, estoy muy alegre, celebrarlo con mi familia no tiene precio.
Sí, el viernes 14 de agosto celebré en casa un año más de vida con mis seres amados en medio de la cuarentena por la pandemia de covid-19, enfermedad que casi acaba con mi vida.
Mis cumpleaños anteriores han sido bonitos, pero este fue muy especial, cuando estuve en la etapa crítica no pensé que llegaría a esta fecha.
Lo que más temí fue no volver a ver a mi esposa Mirtza, con quien tengo 20 años de casado, a mis hijos Karina (12) y Óscar (19) y a mis amigos, que son el mayor tesoro que uno puede tener en la vida.
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Y aunque sigo en terapia de rehabilitación, todavía no me reincorporo a trabajar, cada momento que vivo se lo agradezco a Dios porque me ha dado una segunda oportunidad de vida.
Soy Óscar Sánchez Torres, un médico graduado de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) en 1997. Luego obtuve mi postgrado en Ginecología y Obstetricia en la Universidad San Carlos de Guatemala.
Desde hace ocho años laboro en el Hospital Mario Catarino Rivas, en el área de Labor y Parto, y antes estuve 11 años en el Hospital Leonardo Martínez, ambos de San Pedro Sula. También trabajo en el Hospital del Valle desde hace 13 años.
Contagio
Empezaba la pandemia en el país cuando se cerró todo, el 15 de marzo, y una semana antes el hospital Mario Catarino Rivas estuvo en ese proceso de orientación e inducción para la atención de pacientes con covid-19, estuvimos en charlas y reuniones.
Los médicos estábamos preocupados por lo que se escuchaba en ese tiempo de otros países que estaban con problemas con el equipo de protección personal para el personal de salud.
A nosotros nos dieron a medias, días sí, días no, a veces nos daban mascarillas quirúrgicas y a veces N95, estábamos en un estira y encoge de obtener un equipo de protección adecuado y en ese entonces se estaba definiendo a qué hospitales se iban a llevar a los pacientes.
El 15 de marzo que declararon la cuarentena, la Universidad y el programa de postgrados retiraron a los médicos del internado rotatorio y a los residentes asignados al hospital, por lo que los médicos especialistas quedamos solo con el personal de enfermería.
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En esa semana, el miércoles 18 de marzo llegó una paciente embarazada con un cuadro respiratorio, una aparente neumonía, fue evaluada y la dejaron ingresada.
La atendimos jueves y viernes, revisamos que el bebé estuviera bien y examinamos a la señora.
En el interrogatorio, la señora negó haber tenido cualquier contacto con alguna persona que haya venido fuera del país o que ella hubiera viajado al exterior.
Sin embargo, en realidad una amiga de ella que acababa de venir al país en un vuelo de España la visitó días atrás por su embarazo y la contagió.
El sábado mi compañero Armando Abreu la atendió, ella dio a luz mediante una cesárea, a él también lo contagio.
El domingo por la noche yo tuve un fuerte dolor de estómago y me tomé un antiácido.
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Al día siguiente fui a trabajar y tenía un cansancio, una fatiga física, el miércoles pierdo el apetito y siento un mal sabor de boca, el jueves me tocaba ir trabajar pero no fui porque me sentía indispuesto.
El viernes estaba muy cansado, ya no podía subir gradas, mi esposa me dijo ‘vamos al hospital’ y le dije que no se preocupara porque de seguro era algo leve y ya me había tomado una pastilla.
El sábado por la noche me puse mal, tenía fiebre, le dije a mi esposa que me llevara al hospital privado donde trabajo porque me dio nuevamente un dolor muy intenso en el estómago, no lo aguantaba.
Me hicieron exámenes, tenía los glóbulos blancos bajos y el recuento de plaquetas bajas, el médico me ingresó como un dengue grave y en la madrugada ya del lunes empecé a bajar la reserva de oxígeno en sangre, me hicieron una tomografía y salió que tenía neumonía.
A partir de ese entonces me manejaron como covid, me hicieron el hisopado PCR y salí positivo.
El 30 de marzo me seguía poniendo mal, y como en aquel momento no había ningún protocolo de tratamiento, me empezaron a aplicar los medicamentos que colocaban en España y otros países.
A los dos días ya estoy desaturando bastante mal, un médico que me fue a ver pide que me metan a Cuidados Intensivos porque ya tenía el nivel de oxígeno por debajo de 80 por ciento y que me intubaran.
Calvario
Fue bastante duro, difícil, sentí que me moría, sentía que me ahogaba, que no me llegaba el oxígeno.
No podía hablar, pensé: Dios mío, ¿qué me pasa?, ¿qué está pasando?, ¿y mi familia? Veía entrar a las enfermeras con el overol blanco, estaba muy asustado, tenso, porque uno está solo ahí, es muy duro estar ahí solo y no poder recibir visitas, no poder ver a mi familia.
Esa parte de estar solo es terrible, la angustia, la ansiedad de no saber si uno va a volver a ver a la familia, el miedo a fallecer es algo que afecta mucho.
Los días ahí son interminables, solo escuchar el sonido de las máquinas y no ver a nadie, tuve noches que no dormía, miraba la luz del sol que avisaba que amanecía a través de la ventana y no había dormido nada.
Estando en Cuidados Intensivos vi pasar mi vida como una película y todo eso me ayudó a reconciliarme con Dios.
En ese momento que me desvanecía -alguien creyente me lo va a creer- tuve una experiencia espiritual, yo sentía que me iba, pensaba en mi familia, yo no tengo a mi mamá conmigo, este mes cumplió cuatro años de fallecida pero la sentí ahí conmigo, estaba acompañada de una silueta femenina y una silueta masculina, creo que era la Virgen María y el Señor Jesucristo y sentí que me decían que luchara, que siguiera adelante porque aún no era mi tiempo.
Eso me hizo pensar más en mis hijos y en mi familia, empecé a dar la lucha, me dio un poco más de paz y tranquilidad después de haber tenido mucha angustia, soledad, ansiedad, temor y fue terrible.
Las enfermeras me daban ánimo, me dijeron que mi esposa había llamado varias veces preguntando por mí, también mis amigos y mis compañeros, entonces yo dije: ¡Tengo que salir de esto!
Pasaron dos días más y hubo bastante mejoría, me pasaron a cuidados intermedios, sentía un poco más de fuerza y estaba animado, tenía paz y tranquilidad, decía “yo de aquí salgo”.
Tuve una recaída y me aumentaron las dosis del tratamiento, agregaron otros medicamentos: esteroides, antiinflamatorios, antibióticos, retrovirales y me empezaron a anticoagular.
Cuando me estabilizaron, me dieron mi teléfono y me comuniqué con mi familia y amigos, supe que mi familia estaba bien porque había estado preocupado que si los había contagiado.
El día que me dieron de alta, el 19 de abril, salir del hospital fue algo tan emocionante que no lo creía porque pude ser víctima y me doy cuenta que mi compañero estaba luchando por su vida y que otros colegas han caído por el coronavirus.
Estuve 22 días hospitalizado, nueve de ellos en Cuidados Intensivos, luego me despacharon a seguir la recuperación en casa porque ya había agarrado una infección intrahospitalaria y tenido tres recaídas.
Al llegar a mi casa estuve con oxígeno, no salía de mi cuarto, usaba bastón para caminar un poco y una silla para bañarme porque me cansaba mucho.
Ya el 11 de mayo fui a rehabilitación en el Seguro Social (Orquídea Blanca), llegué en silla de ruedas y gracias a las terapias que me han dado me voy recuperando poco a poco.
Yo no era hipertenso pero ahora lo soy, me dijeron que el virus pudo haber causado un daño vascular, pero ya empecé a tomar medicamentos.
Ahí vamos saliendo con mucha fe, con mucha fuerza y sobre todo porque Dios me dio una oportunidad más, la vida y nuestro Señor Jesucristo me regalan una oportunidad más.
Estando en el hospital me di cuenta de tres cosas que en la vida son lo más importante que uno tiene y son: Dios, la familia y los amigos, ese es el verdadero tesoro que tenemos y eso es invaluable. Ahí el dinero no sirve de nada, los bienes, las posesiones, no sirven de nada.
Uno se desvive trabajando, cayendo en rutinas, yendo y viniendo del trabajo, y muchas veces uno descuida lo importante que es acercarse a Dios, a la familia y a los amigos, que tanto oraron por mí y se preocuparon.
Dios me dio un propósito y es seguir sirviendo a mis pacientes, a la sociedad, a mi gremio porque también soy el presidente delegado del Colegio Médico de Honduras (CMH) para el departamento de Cortés.
Lamentablemente, buenos amigos se han marchado y a mí Dios me dio esta segunda oportunidad y tengo que aprovecharla.
La paciente que contagió a mi compañero afectó a 16 enfermeras y una de ellas falleció, llamada Alejandrina. Después supe que falleció por neumonía, poco después de haber dado a luz mediante una cesárea que le hizo mi compañero. Ahora mis planes son disfrutar más a mi familia y cuidarme más, ahora estoy con nutricionista porque tenía el factor de riesgo de obesidad pero estoy a dieta para bajar de peso.