TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En las aulas de clases de la Escuela Dionisio de Herrera, la profesora Alba Marcela Romero Zepeda (74) entregó sus mejores años, formando niños que hoy son exitosos profesionales.
Estricta con sus muchachos, no permitía excusas para que evadieran sus responsabilidades, eso sí, con sus valiosos consejos caló fuerte en los jovencitos.
Al igual que muchos adultos mayores, “La Profe” trató de evitar a toda costa el covid-19, pasó tres meses de encierro, dedicada a Dios y a su familia.
Pero los años le pasaron factura y la hipertensión la obligó a salir de casa, algunos exámenes y varias medicinas no surtieron efectos, tenía que buscar atención especializada.
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Con el temor latente y en consenso con sus hijos Otto y Sylvia, emprendieron un camino sin retorno al Hospital Escuela, que para esos días comenzaba a tener un colapso de pacientes por coronavirus.
La primera noche la pasó en emergencia, “todo va a estar bien”, “cuando regresemos a la casa nos vamos a tener que volver a encerrar”, comentó muy positiva la maestra con la fortaleza de una mujer que entregó su vida a Dios.
Al siguiente día el panorama cambió, la subieron al sexto piso, aún sin ser paciente de covid-19 pero con el miedo de contagiarse. En la sala sus palabras fueron cambiando en una resignación que solo las personas que enfrentan la muerte podrían describir.
“El celular se los das a las niñas”, dijo La Profe, al recordar que sus pequeñas nietas mellizas se lo capturaban para ponerse a jugar.
Llegó el momento de utilizar oxígeno, luego sin previo aviso sufrió insuficiencia renal, sus glóbulos rojos comenzaron a descender, el miedo se convirtió en realidad, La Profe se había contagiado de covid-19.
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Los doctores no podían bajarla a la zona de coronavirus, entonces la aislaron en la sala y comenzó una lucha por vencer el virus.
A pesar de sus dolencias no claudicó, no se quejó, al contrario, reconoció la unidad de su familia en los momentos más críticos y pudo despedirse de cada uno de ellos. Un día antes de morir, la esperanza para ayudarla estaba en ser conectada a un ventilador mecánico, pero para esos días en el Hospital Escuela los pocos que habían estaban ocupados y los que iban soltando rápidamente eran asignados.
Llegó el momento de partir, un último respiro tomado de la mano de su hijo bastó para decirle adiós al mundo y hola al cielo.