TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Dicen que la práctica hace al maestro y en un país multicultural como Honduras son muchas las manos que tienen la capacidad de tallar la piedra, pero pocas las crean con un arte trascendental.
Desde tiempos remotos el hombre tuvo la necesidad de esculpir figuras para inmortalizar la belleza pero, ¿qué posibilidad tiene un hondureño de abrirse campo, desarrollar y superar su pasión por el arte tridimensional?
La respuesta está en manos de don Manuel Soriano (69), un talento nacional cuyo arte, visión y experiencia se resisten a quedar en los registros del olvido, moldeando así su propia esencia en el mundo de las bellas artes hondureñas.
Bajo los intensos rayos del sol, dentro de una galería improvisada con madera y láminas, la piedra empieza a tomar forma, para luego ocupar espacio en un improvisado exhibidor para todos aquellos que circulen por las calles de la colonia El Prado en Tegucigalpa.
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De raíces mayas por haber nacido en las tierras de Santa Rosa de Copán y con una familia dedicada a las diferentes manifestaciones artísticas como la música y la pintura, el deseo de esculpir arte por parte de don Manuel comenzó desde una temprana edad, tanto así que la vida le brindó una oportunidad de perfeccionar su técnica en las tierras de Guatemala con padres de la Iglesia Católica durante aproximadamente 10 años y perfeccionando su habilidad en tierras aztecas durante siete años.
Recorrido y especialidad
Durante cinco décadas las manos firmes de don Manuel han realizado diversos trabajos, entre los que destacan piezas clásicas y religiosas, tanto así que formó parte del equipo de trabajo que perfeccionó la fachada principal del icónico Cristo de El Picacho.
“Cuando lo hicieron en el 98, entonces lo hizo en México modelado el escultor Mario Zamora Alcántara con unos alumnos de la Escuela de Bellas Artes en México, entonces yo fui a darle el acabado, para que se mire así como se mira hoy, yo lo que hice fue mejorarle la apariencia al Cristo, se alquilaron unos 20 niveles de andamios, se amarraron al cuerpo del Cristo desde la coronilla de la cabeza, hasta los pies, para dejar una textura realista, y en un mes logramos hacerlo”, expresó.
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Piezas como la Virgen María y algunos arcángeles de la Iglesia son parte de la especialidad que realiza don Manuel todos los días y que moldea con una precisión, ya que según él mucho de su arte de lo debe a Dios y a la fe en los sacerdotes.
Sin embargo, el tiempo no pasa en vano y con el pasar de los años su capacidad visual y motora se ha venido deteriorando, a tal punto que la transmisión de su conocimiento a sus hijos y nietos es la única manera en la que podrá presumir que su vida estuvo marcada por el éxito.
“A mí me enseñaron a trabajar desde cipote, lo difícil es que las facultades se pierden, más que todo la vista me ha afectado, pero uno le deja a los hijos que la mejor herencia es el trabajo”.