San José, Costa Rica
Caldera, Costa Rica. En el Pacífico de Costa Rica se ubica Caldera, puerto por donde entró Morazán en 1842.
El equipo periodístico de EL HERALDO estuvo en las inmediaciones de este puerto, justamente en los caminos por donde pasó el héroe con sus soldados.
Este lugar está a unas dos horas de San José. Es una zona fría, montañosa, con cerros escarpados y con una carretera angosta, llena de curvas.
Mauricio Ortiz, tataranieto de Morazán, es nuestro guía, el que lleva la voz cantante para identificar los lugares. Con anterioridad, él había ubicado estos lugares muy ricos en cultivos de horticultura y granos básicos.
Estamos ante una zona rural atractiva, turística, poco poblada, con casas de clase media y baja.
Lo primero que encontramos fue un rótulo con una flecha que dice “Barroeta”. Este es un pueblo que los costarricenses nombraron así en memoria de Rafael Barroeta, el único soldado de Carrillo que no quiso firmar el Pacto de El Jocote bajo el argumento de que “no hemos venido a pactar, sino a pelear”.
La llegada de Morazán
Morazán llegó a Caldera a la cabeza de 500 hombres y en cuatro embarcaciones, procedente de La Unión, El, Salvador, el 7 de abril de 1842.
Su presencia había sido solicitada por los enemigos del dictador Braulio Carrillo, quien el 6 de junio de 1842 se había declarado “jefe perpetuo e inamovible”.
Más atrás, el 14 de noviembre de 1838, Carrillo había emitido un decreto retirando a Costa Rica de la Federación Centroamericana.
Morazán estaba en David, Panamá, exiliado, después de la disolución de la Federación Centroamericana de la cual fue su presidente desde 1830 a 1838, cuando se disolvió este gran sueño.
El hombre de espíritu recto y elevado había lanzado en David su histórico manifiesto en el cual plasmaba su pensamiento unionista, hacía un repaso de su papel en la Federación, echaba un vistazo crítico a sus principales enemigos y dejaba traslucir su inquebrantable lucha. Los enemigos de Carrillo vieron en el héroe de batallas a la persona indicada para derrocar al jefe de Estado y fue así como recurrieron a su ayuda.
Morazán no era un hombre de exclusividad militar. Esta fuerza la utilizó como una necesidad para luchar por sus ideas, su progreso, su visión, su libertad soñada.
Fueron los enemigos de Carrillo los primeros en pensar en Morazán.
“Entre los enemigos más conocidos de Carrillo se contaban el exjefe de Estado, Juan Mora Fernández, y sus hermanos Manuel y Joaquín. Unidos a ellos estaban sus numerosos cuñados y los hermanos de estos, entre los que pueden mencionarse a los hermanos Escalante, que en febrero de 1841 habían sido expulsados de Costa Rica por Carrillo, y uno de ellos, Alejandro Escalante, cuñado del general peruano, se fue a Perú en busca de Morazán”, rememora el historiador hondureño Miguel Cálix Suazo.
Otros de los principales opositores de Carrillo eran los cafetaleros don Mariano Montealegre, Juan Rafael y José Joaquín Mora Porras, Vicente Aguilar, Francisco Giralt, Buenaventura Espinach, George Stiepel, Edward Wallerstein, Vicente Fábrega, José María Volio y José María Figueroa, entre otros. Algunos de ellos posteriormente traicionaron a Morazán.
El unionista se hallaba en Panamá escribiendo sus memorias y su histórico “Manifiesto de David” cuando recibió sendas cartas.
“Por Dios, véngase inmediatamente, general, porque usted es el único llamado a redimir a estos pueblos y a poner dique a todas las vejaciones y tormentos de que son víctimas todos sus amigos y partidarios, por parte de Carrera, Ferrera y Carrillo”, decía una carta citada por el historiador Eduardo Martínez López en su “Biografía del general Francisco Morazán”, (1899).
Hasta ese momento, los historiadores no precisan si en el fondo de esa “ayuda” se escondían otros intereses políticos a juzgar por tantos enemigos que tenía Morazán, entre los que estaba la Iglesia, las fuerzas conservadoras distribuidas en los cinco estados y los representantes ingleses y españoles que aún no aceptaban la independencia de las provincias.
Morazán “primeramente se dirigió a Perú, en donde los señores Escalante desterrados por Carrillo vivían en ese tiempo en casa de su cuñado, el coronel Pedro Bermúdez, acaudalado personaje, quien le prestó a Morazán 18 mil pesos, dinero que este usó para comprar armamento y para arrendar un bergantín”, cita el historiador costarricense Rafael Obregón .
Morazán, que se había trasladado a Perú, recibió de parte del presidente de aquel país, mariscal Agustín Gamarra, comandar un batallón de cinco mil hombres para acompañar al mariscal en la lucha contra los bolivianos. En todo caso, de no aceptar la misión, le pidió que aceptara un cargo en su gobierno.
“Pero el general Morazán no era un mercenario de los que tanto abundan en la América” y, en ese sentido, respondió al jefe de gobierno peruano: “Sólo acepto la hospitalidad. No soy militar de ocasión, sino batallador de las ideas unionistas de mi Patria”, según relato de Enrique Guier en “El general Francisco Morazán”, segunda edición, San José.
El hijo benemérito no tuvo problemas en El Salvador para reorganizar su ejército con la finalidad de cumplir su misión en Costa Rica, pues aún creían en sus ideales militares de mucho peso, en su mayoría salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüense y hondureños, entre los que destacaba José Trinidad Cabañas, que merece una historia aparte.
Morazán llegó a Caldera el 7 de abril. No tuvo mayores problemas para tomarse este abandonado puerto del pacífico costarricense a juzgar por lo que dice José María Figueroa en “Mis aventuras con Morazán”:
“Fondeada que fue la flotilla, Iriarte, capitán del Buque Cosmopolita, fue a tierra sin novedad, pues la mayor parte de la gente se había ido huyendo y el comandante del puerto, Antonio Rivera Cabezas, era morazanista”. “En la noche del día ocho (de abril de 1842) conoció don Braulio Carrillo la noticia de la llegada de los invasores y de inmediato mandó a levantar las fuerzas necesarias para la defensa del Estado, elaboró un plan de defensa, y ordenó sitiar 300 hombres en la Garita del río Grande, sitio por donde debían pasar aquellos invasores”, según el historiador costarricense.
“A continuación dispuso que saliese de San José una fuerza de 400 hombres, la cual debía adelantarse por el camino por donde aquellos venían para atajarles el paso y esta fuerza la puso al mando del brigadier Vicente Villaseñor, un salvadoreño que vivía en Costa Rica desde hacía algunos años, que había recibido su protección y ayuda, y era hombre de toda su confianza”.
“Sin embargo”, agrega Obregón Loria, “los planes de Carrillo fracasaron porque Villaseñor lo traicionó; este, en vez de cumplir con sus órdenes, realizó con su tropa una serie de movimientos que no tenían que ver nada con las instrucciones que Carrillo le había dado; y así salió de Alajuela, llegó a la Garita en donde ordenó que la fuerzas que estaban ahí se agregasen a las suyas, y luego se fue a recorrer el llamado camino de Poás”.
Morazán, con sus batallas ganadas, con su visión patriótica y su labor como presidente de la Federación a lo largo de dos períodos de gobierno, se había ganado el respeto y la admiración de muchos sectores. De ahí que no fue extraña la actitud de Vicente Villaseñor que, sabiendo que tenía la lucha perdida con Morazán, y aprovechando el descontento general contra Carrillo, prefirió traicionarlo y unir sus fuerzas a las del repúblico inmortal, según otros observadores históricos hondureños. Morazán estuvo dos días en Caldera, subió los faldeados y llegó probablemente a un sitio donde hoy hay un pueblo que se llama Morazán (llamado antes Saca de Agua), visitado por EL HERALDO en este recorrido histórico.
Es un pueblo bonito, sobre una planicie, desde el cual se avizora un atractivo panorama. La gente es jovial, tranquila.
¿Por qué le pusieron a este pueblo Morazán?, le preguntamos a José Joaquín Rojas, vecino del lugar. “Por Francisco Morazán”, contestó lacónicamente. “Dicen que Francisco Morazán aquí durmió”, dijo otra señora identificada como Lidia Vargas, un poco esquiva por la presencia de periodistas.
En efecto, Morazán estuvo en este lugar y fue aquí donde escribió su famosa proclama al pueblo de Costa Rica: “Han llegado a mi destierro vuestras súplicas y vengo a acreditaros que no soy indiferente a las desgracias que experimentáis. Vuestros clamores han herido por largo tiempo mis oídos, y he encontrado al fin los medios de salvaros, aunque sea a costa de mi propia vida”. Aquí, el amante del progreso, estaba consciente de que su vida nuevamente corría peligro.