DANLÍ, EL PARAÍSO.- Sus equipajes son amplios, no por objetos, sino por las esperanzas que cargan en su travesía hacia Estados Unidos.
En sus maletas, agua, ropa y artículos personales son los compañeros de los migrantes sudamericanos en este país.
El salvoconducto gubernamental les otorga solo cinco días en el país; de lo contrario, serán deportados.
Pero ante esto surgen muchas preguntas: ¿llevan dinero? ¿qué comen? ¿dónde duermen?
EL HERALDO se internó en la realidad de estos extranjeros en Danlí.
Desde la carretera que de Tegucigalpa, capital de Honduras, conduce a Danlí, las caravanas de migrantes del sur de América rumbo a Norteamérica son comunes.
Pero el epicentro es Danlí, donde cientos de venezolanos, colombianos, ecuatorianos y más, hacen una breve parada mientras recaudan dinero para llegar a la frontera guatemalteca.
En este rincón, parques repletos de tiendas improvisadas se convierten en hogar temporal. Los menos afortunados improvisan tiendas con bolsas y palos.
Tierra y áreas verdes sustituyen las camas, mientras el Monumento a la Madre es el improvisado baño.
“Nosotros, mi familia y yo, dormimos aquí. Somos 8, apretados e incómodos en el reducido espacio”, lamenta un venezolano, preocupado por no tener dinero para alimentar a sus hijos o continuar hacia Estados Unidos.
Algunos obtienen agua regalada para lavar ropa y seguir. Otros hacen de la necesidad una virtud. En medio de las dificultades, algunos se despiertan temprano para reunir al menos 100 lempiras y preparar un modesto desayuno.
Juan, un colombiano, comparte su alegría: “Mi novio trabajó como albañil durante tres horas. Ganó 100 lempiras, y compramos huevos y panqueques”.
Claro, no tienen una opulenta cocina, al contrario es improvisada con cartones y piedras y fuego.
Mientras habla con EL HERALDO, Juan grita entre risas: “¡Se me quema el panqueque!”
“Ja,ja,ja, por hablar con ustedes!”, culpa al rotativo.
A las 10 de la mañana, algunas familias siguen en las tiendas improvisadas. Algunos pasan hambre, otros buscan dinero. Los niños, inocentes, se reúnen a jugar para olvidar sus penurias.
Otros migrantes emprenden como barberos, y algunas mujeres recurren a la prostitución.
La falta de baños es un gran desafío. Se ven obligados a ir al monte para sus necesidades.
Pues estos lugares púnicos se convirtieron en centro de contaminación al realizar sus necesidades fisiológicas en todos los parques.
Entre tanto. En la Plaza Monumento a la Madre de Danlí, los migrantes de diferentes nacionalidades se reúnen, compartiendo sus dificultades y alegrías.
Se alegran cuando Aníbal Vásquez, fotoperiodista de EL HERALDO, los invita a un refresco y churros.
Sin embargo, también hay comportamientos reprochables, como relaciones íntimas en comercios cercanos y preservativos abandonados.
A todo esto, ya la mayoría empaca sus escasas pertenencias y continúa su viaje hacia Estados Unidos...