Honduras

¿Qué le trae Carmilla Wyler este domingo?

La justicia es ciega pero no tonta, aunque haya tontos que hacen justicia

29.03.2014

ANA. Es una mujer agradable, muy guapa, blanca, con pecas que la hacen lucir más atractiva, ojos claros, no muy alta, un cuerpo bien proporcionado y muchas ganas de vivir la vida.

Cuando llegó a Honduras venía llena de ilusiones y de buena voluntad. Hacer su trabajo social en algunas de las comunidades pobres de Francisco Morazán era más un samaritanato, un apostolado al servicio de los más necesitados que un requisito para graduarse en la Universidad. Su deseo era servir y a servir vino a Honduras.

Lo demás venía por añadidura.Quienes la conocieron dicen que se entregó en cuerpo y alma a su trabajo. Que lo mismo ayudaba al pobre que consolaba al triste; que sus manos no descansaban para hacer de la vida de los demás una vida mejor y que nunca faltaba en su rostro una sonrisa que demostrara a los demás la dulzura de su corazón.

Por eso, cuando Ana se fuera, cuando regresara a Estados Unidos, lo que iba a suceder muy pronto, iba a hacer mucha falta en las aldeas y caseríos donde la querían mucho. Y a ella le entristecía el tener que irse, pero no tenía opción. Y el tiempo no se detenía. Nueve meses pasan volando.

DESEOS. Cuando la fecha del regreso se acercó demasiado, Ana, que había hecho muchas amistades, les dijo a sus más cercanas amigas que pronto ya no estaría en Honduras, y que eso la entristecía mucho porque “hay tanto que hacer por la gente pobre en este país que no alcanzarían varias vidas para ayudar a mejorar la calidad de vida de estas personas”.

Pero nada podía hacer por cambiar las cosas. Su vida, su propia vida, tenía que seguir. Pero se llevaba buenos recuerdos de Honduras, amistades sinceras, bonitas experiencias, un maravilloso aprendizaje y más humanismo en su corazón. Sin embargo, le faltaba algo.

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por ElHeraldo.hn

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