Estoy masticando un chicle para que el dolor de las encías me avise qué hora es o a qué tengo que irme. Tengo aire acondicionado, agua, café si quiero y a pocos metros una cafetería que me permite ir a comprar lo que se me venga en gana.
De pronto, me encuentro con una foto de Rodrigo Abd, (Agencia AP).
Y así como de pronto usted se encontró ese punto final tan determinante y cortante en la lectura, yo también me perdí. De hecho, creo que me tardé más reflexionando esa foto, pensando esa foto, tratando de interpretar en esa foto, lo que la mirada de esos dos niños tratan de decir.
La memoria de la foto dice que fue tomada exactamente a las 9:30 de la mañana. ¿Ya habrían comido esos chicos?, es lo primero que me pregunté.
Y estando encerrados allí, sin saber exactamente qué les han dicho, sin saber a conciencia plena de qué hacer entre vacas y caballos... no puedo con ello. Me siento incapaz hasta de titular. Solo se me ocurre escribir. ¿Merece la pena todo esto?
Según Google, hacía allí unos 20 grados centígrados en la zona donde estaban los chicos. Dicen que viajaban rumbo a Guadalajara con el objetivo de llegar a Tijuana y con la esperanza de ser admitidos en Estados Unidos.
No sé qué dicen sus miradas. Quizá novedad, pero creo que más inocencia e incertidumbre.
Entonces le pedí a las periodistas que trabajan conmigo: 'Chicas, ¿cómo titularían esta foto?
Unos minutos después del ejercicio caen las letras...
Carolina Zambrano: Qué feo... yo le pondría 'El calvario de los más vulnerables' o 'El rostro más amargo de la caravana migrante'.
Nicolle López: 'El viaje de nunca acabar'...
Yeny Sarmiento: 'Incertidumbre de migrantes, reflejada en la mirada de los niños'. 'Encerrados como animales, la cruda realidad del viaje al sueño americano'. 'No es Medio Oriente, ni África, es Honduras en viacrucis a la frontera de EE UU'
Haydi Carrasco: 'Sueños prisioneros de la caravana migrante'.
Entonces pasó un fotógrafo y le hice la misma pregunta. 'Migrar no es un juego', me respondió Marvin Salgado.
Y bueno, saben qué. Todos son ciertos.
Migrantes rumbo a Tijuana
La primera caravana migrante no se detiene, avanza entre ayuda, hambre y orgullo. Entre deseos de ver una vida nueva aunque quizá se ignore otra realidad. Pero con la flama de la esperanza tan propia que nada ni nadie les puede arrebatar.
Miles llegaron el lunes a Guadalajara, en el oeste de México, con el objetivo de avanzar por la costa del Pacífico hacia el norte.
Autobuses interurbanos de Guadalajara custodiados por la policía trasladaron a muchos migrantes desde la frontera del estado de Jalisco hasta el auditorio habilitado para recibirlos. La policía municipal de la ciudad también transportó a varios viajeros en sus camionetas desde la frontera estatal a la cuidad.
Después de un mes de caravana, los migrantes se sienten cansados pero no desmoralizados.
José Tulio Rodriguez, un mesero de Siguatepeque, Honduras, que celebró su 30 cumpleaños en el estadio de Ciudad de México, asegura seguir “con fuerza, motivados a soñar con una mejor vida para mis hijas”.
“Uno lo que quiere es avanzar y llegar pronto a la respuesta que necesitamos”. Lo complicado de este tramo, aseguró, es que “las distancias de las ciudades son más largas” pero “ gracias al pueblo mexicano no hemos sufrido”.
Rodríguez aspira a reunir dinero suficiente para poder operar a su hija de seis años, Alexa Cristal, de una hernia en el estómago. Lleva una mochila a la espalda, una colchoneta regalada bajo el brazo y esperaba a alguien que le llevara a Guadalajara ondeando una enorme bandera blanca que lleva manuscrito “la paz y dios con nosotros”.
Una vez en Guadalajara, los migrantes fueron entrando en el auditorio en dos filas: una para las mujeres niños y familias donde personal del DIF --una institución pública mexicana de asistencia social-- les registraban. Lázaro Gómez, un doctor del organismo, estimó que para el lunes por la tarde ya habían ingresado en torno a 3000 personas.
Horas antes, la hondureña Karen Martínez, de 29 años y oriunda de Santa Rosa de Copán, fue una de las primeras en salir del albergue de Irapuato con su hermana y sus tres hijos de 6, 11 y 13 años. “ Ahí venimos, a ratos llorando, a ratos riendo, pero ahí vamos adelante”, dijo.
Contó que afortunadamente hay más vehículos que los transportan, por lo tanto no tienen que hacer su recorrido a pie, aunque el frío los obliga a salir tapados hasta los ojos. Martínez agradeció el apoyo de las autoridades mexicanas y aunque aún está a 2.500 kilómetros del cruce fronterizo entre Tijuana y San Diego, ve un poco más cerca su sueño.
Las autoridades mexicanas han ayudado a los migrantes a conseguir transporte y aunque l a policía les impidió el domingo que pidieran aventón, sí los ayudó a conseguir camiones que los trasladaran.
Jesús Cruz, un chofer que trabaja para una funeraria, se quedó con ganas de llevar a más migrantes en su camión con doble remolque y al máximo de su carga, 160 ataúdes; pero sólo pudo hacer subir a una mujer con sus dos hijos pequeños a la cabina.
“Paré por los niños. Quisieron subir más pero no caben, es peligroso”. Aun así, tres jóvenes decidieron viajar colgados. “Van inseguros, pero deben decir, ‘de caminar ahí mejor’”.
José Alejandro Caray, un hondureño de 17 años, y su nuevo amigo Júnior Eduardo Martel, de 15, de Tegucigalpa, miraban desde un puente en Irapuato cómo la gente se arremolinaba abajo intentando subir a todo camión que paraba en la incorporación a la carretera que lleva a Guadalajara.
“Me caí de uno hace siete días, iba en la parte de atrás, me quemé la rodilla y no puedo doblarla”, dijo Caray mostrando la rodilla izquierda. Se la vendaron hace unos días porque “ya olía mal”. “Ya me da miedo montarme, prefiero esperar una camioneta”, agregó el adolescente que salió de la casa de su abuela, con quien vivía, porque “todo está muy feo allí”.
Después de esperar un par de horas en el puente, ambos se subieron a la plataforma de un camión que transportaba maquinaria pesada antes de que el vehículo llegara al lugar donde centenares de personas esperaban.
“Aquí hay buen sitio”, le gritó Martel ayudándolo a subir. Caray no estaba muy convencido, pero al final ascendió al vehículo porque el trayecto del lunes es de 240 kilómetros.
Ambos, cargados con unas pequeñas mochilas, confían en que el presidente estadounidense Donald Trump no sea tan duro como lo pintan.
“Yo espero que Diosito le ablande el corazón y nos deje pasar. Aunque dicen que los policías tienen permiso para matar... pero nosotros vamos pacíficos”, comentó el adolescente que dejó a toda su familia en Tegucigalpa porque las pandillas querían reclutarlo. “Ellos querían que uno anduviera en las maras con ellos, por eso me fui. Mis papás me ayudaron”, señaló.
Trump ordenó el despliegue de más de 5.000 efectivos militares a la frontera para impedir el paso de los migrantes y ha insinuado que hay criminales e incluso terroristas en la caravana, aunque no ha presentado pruebas de ello.
Muchos migrantes partieron de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua para huir de la pobreza, la violencia de las pandillas y la inestabilidad política.
México ha ofrecido refugio, asilo o visas de trabajo a los migrantes. Según el gobierno, se emitieron 2.697 visas temporales a individuos y familias. Pero la mayoría ha preferido continuar el viaje hacia Estados Unidos.
“Se gana un poco más (en Estados Unidos) y tal vez uno puede apoyar a nuestra familia allá (en Honduras). Aunque queremos dar mejores cosas a nuestros hijos, no podíamos porque lo poco que uno gana es solo para la comida, para pagar casa, pagar la luz. Ya no alcanza para otra cosa”, dijo Nubia Morazán, de 28 años, mientras se preparaba para partir de Irapuato con su esposo y sus dos niños.