SANLIURFA, TURQUÍA.- Al igual que millones de sirios, Mahmud Abdi llegó a Turquía en 2014 con la esperanza de volver a casa cuando terminara la guerra.
Pero casi una década después, este carpintero de unos treinta años sueña con abrir un taller en Sanliurfa, en el sureste de Turquía, donde una cuarta parte de la población son sirios.
Sin embargo, su proyecto plantea un problema para Turquía, que acoge a cerca de 3,5 millones de sirios, considerados oficialmente “huéspedes” bajo “protección temporal”.
Con la crisis económica en Turquía, los refugiados estuvieron en el centro de los debates de la campaña electoral de este año.
“Los sirios se marcharán”, rezaron varios carteles de la oposición y el presidente reelecto, Recep Tayyip Erdogan, prometió nuevas viviendas en el norte de Siria para garantizar “el retorno voluntario” de un millón de desplazados.
Según una encuesta del instituto Metropoll en 2021, al 81% de los turcos les gustaría que los refugiados sirios regresaran a su país.
Ataques y tensiones
Turquía, con la ayuda de la Unión Europea, impulsa discretos programas de integración laboral, “para garantizar una vida en armonía” entre los refugiados y la población local, insiste el alcalde de Karakopru, Metin Baydilli.
Un eufemismo para evitar mencionar tensiones e incluso incidentes violentos, como los ataques xenófobos contra comercios y hogares de sirios en Ankara, en agosto de 2021.
Han surgido escuelas, centros de salud y formación, financiados por la UE, que entregó casi 10.000 millones de euros (10.740 millones de dólares) desde 2011 para ayudar a Turquía a acoger y mantener en su territorio a los refugiados.
“Los funcionarios turcos no utilizan la palabra integración, pero admiten que las condiciones actuales en Siria no permiten actualmente un retorno y que hay que hacer todo lo posible para permitir una vida en ‘armonía’, según su terminología”, afirma el embajador de la UE en Turquía, Nikolaus Meyer-Landrut, en una visita a Sanliurfa.
“En realidad, se está haciendo mucho por la integración, aunque la perspectiva de un retorno se mantenga por razones políticas”, señala el diplomático y agrega que integrar “a un número tan grande de personas en una economía en dificultades es muy difícil”.
En 2016, la UE concluyó un “pacto migratorio” con Ankara para que Turquía mantenga en sus fronteras a los migrantes, mayoritariamente sirios, a cambio de una contribución de 6.000 millones de euros.
Basada esencialmente en la agricultura, la economía de Sanliurfa lucha por hacer frente a esta afluencia de población, con un desempleo del 15%. En cambio, en la ciudad industrial de Gaziantep, los refugiados sirios se han convertido en la fuerza impulsora del sector textil.
Mano de obra barata
Para ofrecerles empleo, “debemos aumentar las inversiones en Sanliurfa, de lo contrario aparecerán tensiones”, comenta Yunus Colak, director de la Agencia de Desarrollo Regional.
Otro riesgo es que trabajadores irregulares se ofrezcan como mano de obra barata, ya que sólo 17.557 sirios tienen un empleo registrado en Sanliurfa, dicen las autoridades.
Según un informe publicado en 2021 por la Fundación de Investigación de Políticas Económicas, el 48% de los refugiados sirios tienen trabajos no declarados y el 41% son mal pagados.
La integración continúa en las escuelas públicas turcas, que acogen unos 800.000 niños sirios.
Bunyamin Abdullah, de 11 años, aprende turco y como su madre no lo habla, la ayuda “en las compras”.
Sin embargo, en las calles de Sanliurfa hay líneas invisibles de demarcación entre los refugiados sirios y los habitantes turcos, kurdos o árabes.
“Hay barrios apodados Raqa o Damasco. Su cultura es muy diferente de la nuestra. No los queremos aquí”, afirmó Mustafa Aslan, un vendedor de coches.