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Un mes después de los atentados, París debe vivir de otra manera  

La vida de los franceses está condenada a no ser la misma y a tener en cuenta la amenaza diariamente.

10.12.2015

París, Francia

Los yihadistas que hace cuatro semanas atacaron típicas terradas de café, el más prestigioso estadio de Francia y una sala mítica de conciertos de París, imponen a la capital francesa en adelante una vida diferente.

La segunda ola de atentados en Francia en diez meses, que dejó 13 muertos y cientos de heridos, tuvo por blanco a la juventud. En enero, la primera (17 muertos en tres días), apuntó a periodistas (Charlie Hebdo), policías y judíos (supermercado kósher).

'Un 11 de septiembre a la francesa', se dijo a principios de año. La referencia a los atentados de 2001 en Nueva York se impuso nuevamente en noviembre, pero por sus consecuencias: estado de emergencia, bombardeos en Siria contra el grupo Estado Islámico (EI) que, al igual que en enero, reivindicó los atentados.

'Francia está en guerra', declaró François Hollande, como lo había hecho el entonces presidente norteamericano George W. Bush en 2001.

A Estados Unidos le llevó diez años terminar con Osama Bin Laden, que al frente de Al Qaida se había convertido en el enemigo público número uno de las potencias occidentales. Cabe preguntarse si Francia necesitará también tanto tiempo para vencer a Abu Bakr al Bagdadi, que Hollande calificó de jefe de un 'ejército terrorista'.

'Vivir a medias'

Entre tanto, la vida en París está condenada a no ser la misma y a tener en cuenta la amenaza diariamente.

'Escapar, esconderse, alertar', el Gobierno difundió esa consigna a los parisinos en caso de otros ataques, que algunos expertos consideran inexorables. Carteles con esas instrucciones serán puestos próximamente en una serie de edificios públicos.

Pese a todo, la vida 'debe reanudarse', estima David, de 45 años, que prefiere no dar su apellido. 'No hay que ceder al miedo, hay que luchar' y 'no vivir a medias', añade este vecino de uno de los cafés atacados por los yihadistas.

'Queremos demostrarles que somos más fuertes que ellos', dice Audrey Bily, gerente del bar 'La Bonne Bière', uno de los establecimientos atacados, que volvió a abrir a principios de diciembre, fue el primero en hacerlo.

Pero en París hay militares que patrullan en las calles, guardias en las entradas de las tiendas, incluso en pastelerías y ópticas, viajeros que aparecen como sospechosos para los otros, sobresaltos por el ruido de una moto o de una sirena de bomberos...

'Presto más atención a la gente que sube al metro con maletas', reconoce Pierre Bréard, ingeniero de 24 años que trabaja en la región parisina.

'Miro el vientre de la gente', afirma Aurélie Martin, maestra de 24 años que el 13 de noviembre salió del Estadio de Francia con las manos en alto a pedido de la policía, después del estallido de los cinturones explosivos de los yihadistas.

Después de la primera conmoción, las actividades profesionales se reanudan, y también los entretenimientos y la vida cultural. Pero la despreocupación ha desaparecido y hay como un peso en la atmósfera.

Los jóvenes han sido afectados, los sicólogos están sobrecargados de trabajo y los turistas vienen menos a la Ciudad Luz.

El estado de emergencia, vigente hasta fines de febrero, podría ser prolongado. La medida autoriza a la policía a realizar allanamientos y detenciones domiciliarias sin control judicial.

'Reparar a los vivos'

La insurgencia de enero, ilustrada por una gigantesca manifestación por la libertad, parece haber dejado el lugar a la fatalidad.

La oposición de derecha y de extrema derecha acusó al Gobierno de no haber adoptado ninguna medida desde enero. Se abrieron entonces proyectos de educación, de información y de gestión de los suburbios difíciles para promover el 'vivir juntos'. Pero la 'revolución' no tuvo lugar.

Los atentados de noviembre dejaron noqueada a Francia. Los franceses aprobaron masivamente la respuesta organizada por el presidente François Hollande. Pero la extrema derecha gana terreno entre el electorado, beneficiándose del miedo al desempleo, a la inseguridad, al futuro.

'¡Ni un poco de miedo!', proclama empero, fanfarrona, una pancarta desplegada en la estatua de la Plaza de la República, convertida en lugar de memoria y homenaje a las víctimas de los atentados.

'Después de haber enterrado a los muertos, habrá que reparar a los vivos', dijo recientemente Hollande.

'La vida continúa y no estamos a cubierto de nada. El peligro puede estar en cualquier lado', resume Aurélie Martin.