Donald Trump difunde rumores tras discursos sobre la desigualdad

De acuerdo con algunas métricas, la desigualdad estadounidense, en particular, se ha disparado a niveles no vistos desde la Edad Dorada

  • 26 de septiembre de 2024 a las 14:34
Donald Trump difunde rumores tras discursos sobre la desigualdad
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Por David Lay Williams/ The New York Times

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Las afirmaciones de Donald Trump sobre los inmigrantes haitianos en Springfield, Ohio, fueron extrañas y disparatadas, pero funcionaron. En cuestión de días, la Ciudad se había convertido en lo que el Gobernador Mike DeWine llamó el “epicentro del veneno respecto a la política inmigratoria de Estados Unidos”.

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Pronto se vio inundada de amenazas de bomba. Las acusaciones de que los inmigrantes se están comiendo a las mascotas de sus vecinos dividieron no sólo a los residentes de la Ciudad sino también a los estadounidenses en general. Una encuesta reciente sugiere que más de la mitad de los partidarios de Trump aceptan como ciertas sus acusaciones infundadas, mientras que sólo el 4 por ciento de los partidarios de Kamala Harris lo hacen.

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La retórica díscola siempre ha sido una característica de la política, pero aún es difícil discernir por qué resuena tanto ahora. Uno de los primeros diagnosticadores de divisiones, Jean-Jacques Rousseau, el quisquilloso filósofo ginebrino del siglo 18 puede ayudar.

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El “Discurso sobre el Origen y Fundamento de la Desigualdad de la Humanidad” de Rousseau, en el que exploró los orígenes y efectos de la desigualdad económica en las sociedades, es quizás su obra más perdurable. En él, observaba que las sociedades desiguales se dividen inevitablemente en dos clases diametralmente opuestas, ricos y pobres. Mientras los pobres luchan por liberarse de la pobreza y la opresión, los ricos y poderosos emplean técnicas ingeniosas para mantener su riqueza, poder y estatus.

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La desigualdad no era nueva en el siglo 18. Había sido un atributo central del mundo feudal. Pero su capacidad para sobrevivir al declive del feudalismo durante la Ilustración fue alarmante, y para Rousseau fue cada vez más importante comprender las técnicas mediante las cuales se mantenía.

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Rousseau observó que una herramienta que sostenía la desigualdad era la división. Observó que es en condiciones de extrema desigualdad que los líderes cínicos fomentarían “todo lo que podría debilitar a los hombres unidos en la sociedad, promoviendo la disensión entre ellos” y sembrando las “semillas de una verdadera división”. Quienes están en el poder logran esto, especuló, fomentando “el odio y la desconfianza mutuos, al oponer los derechos e intereses de uno a los del otro”.

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En un mundo donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen comparativamente poco, los líderes políticos buscan distraer a la gente del hecho de su escasa riqueza y estatus. Pueden lograrlo enfrentando a los relativamente pobres entre sí. Mientras los pobres lleguen a ver a otros segmentos de su clase económica como “el problema”, la posición de los ricos y poderosos está segura.

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La retórica de la división es, para Rousseau, una herramienta de distracción. Por eso en otro lugar advirtió al pueblo que no se dejara “seducir por intereses privados que unos cuantos hombres hábiles logran sustituir, gracias a su reputación y elocuencia, los propios intereses del pueblo”. Es decir, le preocupaban los talentos de los demagogos hábiles.

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Sin embargo, más allá de esto Rousseau indagó en la interrogante de por qué estas técnicas tienen éxito, ya que, como observó una vez Judith Shklar, la formidable teórica política de la Universidad de Harvard, “ante todo, él era un psicólogo”.

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Las técnicas divisivas de los oradores habilidosos, escribió Rousseau, funcionan porque las personas en condiciones de desigualdad “miran más hacia abajo que hacia arriba”, de modo que “la dominación se vuelve más querida para ellos que la independencia”. Rousseau entendía que el mayor consuelo de las personas en sociedades desiguales es la sensación de que todavía están en mejor situación que otras y la convicción de que quizás hasta podrían ejercer algún poder sobre ellas.

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La desigualdad que preocupaba a Rousseau en el siglo 18 no ha disminuido en el siglo 21. De acuerdo con algunas métricas, la desigualdad estadounidense, en particular, se ha disparado a niveles no vistos desde la Edad Dorada, acompañada de auténticos sentimientos de inseguridad financiera, particularmente en pequeñas ciudades del Medio Oeste como Springfield. Este es el contexto necesario para los llamamientos de Trump, y una gran parte de por qué resuenan tan fuertemente con tantos electores.

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Aunque la dimensión racial no formaba parte del diagnóstico de Rousseau, encaja perfectamente en la estrategia que describe. Probablemente no le importa a Trump ni a JD Vance, su compañero de fórmula, si los inmigrantes haitianos se están comiendo las mascotas de sus vecinos. Lo que importa políticamente es que hace que un segmento de los trabajadores pobres se vuelva contra otro.

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Tal como Rousseau podría haber predicho.

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© 2024 The New York Times Company

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