Por Vivian Yee y Hwaida Saad/The New York Times
ANNAYA, Líbano — Cuando Hezbolá anunció que Hassan Nasrallah, su líder durante mucho tiempo, había resultado muerto en un ataque aéreo israelí, la conversación entre muchos de los seguidores musulmanes chiitas del grupo fue de desafío.
Pero otros en el Líbano dicen que ésta no es su guerra. “¿Cómo se beneficia alguien de lo que está pasando?”, dijo Rana Khalil, de 45 años, propietario de una tienda de ropa en Beirut, la capital. “Nosotros somos los que estamos resultando heridos y muertos”.
Hezbolá, la milicia aliada de Irán, comenzó a lanzar cohetes contra posiciones israelíes hace un año. Dijo que estaba actuando en apoyo a Hamas, el grupo armado palestino respaldado por Irán que controla Gaza y que fue blanco después de llevar a cabo los ataques del 7 de octubre contra Israel.
Desde entonces había estado latente un conflicto confinado en gran medida a la región fronteriza. Pero en las últimas semanas, Israel ha desatado ataques destinados a borrar la amenaza que Hezbolá representa para el norte de Israel —matando a comandantes, bombardeando grandes zonas del País y organizando una invasión terrestre. Cientos de miles de libaneses han huido de sus hogares y el derramamiento de sangre ha llegado a zonas que antes estaban en calma.
Líbano tiene 18 grupos religiosos oficialmente reconocidos en una población de sólo 5.4 millones. Ahora, independientemente de sus opiniones sobre Hezbolá, todos se encuentran atrapados entre la ofensiva de Israel y la decisión de la milicia de seguir luchando.
Mucha gente está indignada de que Hezbolá esté arrastrando a Líbano a una guerra que sólo puede significar más desastres para su País asolado por las crisis, ya frágil después de uno de los peores colapsos económicos del mundo y años de parálisis política.
En Annaya, una aldea cristiana maronita en las montañas al norte de Beirut, los residentes se asustaron por el sonido de un impacto de bomba en una aldea chiita vecina.
“Esto es entre los palestinos y los israelíes”, dijo Ibrahim Ibrahim, de 55 años, propietario de una pequeña tienda. “¿Por qué tienen que pagar el precio los libaneses?”.
Armado con un vasto arsenal, Hezbolá no responde a ninguna autoridad libanesa. Muchos libaneses en el corazón chiita del sur del Líbano y en el área de Dahiya en las afueras de Beirut aún lo ven como su único protector en un País donde han sido históricamente marginados. El grupo lleva mucho tiempo brindándoles apoyo y servicios.
Pero para Ahmed Issa, de 33 años, que recientemente huyó del sur hacia Beirut con docenas de familiares, lo que realmente importaba era su confianza en que Hezbolá estaba luchando por sus hogares.
“La gente piensa que en el sur simplemente amamos la muerte, la guerra y la sangre”, dijo. “Amamos la vida. Pero al final del día, esta es la realidad que se nos impone a todos”.
Khalil también es del sur del Líbano. Pero si la guerra continuaba, lo único que veía era catástrofe. “Entiendo la necesidad de Hezbolá”, dijo. “Somos leales a los líderes de la resistencia, a Nasrallah, pero no estamos dispuestos a sacrificar las vidas de nuestros hijos”.
Mucha gente en Beirut y en pueblos dominados por cristianos culparon a ambos bandos.
“Ambos tuvieron la oportunidad de detenerlo y no lo hicieron”, dijo Marina Matta, de 15 años, que trabajaba en un café en Annaya mientras esperaba que comenzara el año escolar. Ha sido retrasado por la guerra.
Para muchos, las matanzas en Gaza y Líbano han endurecido las actitudes contra Israel.
“Estoy con cualquiera que pelee contra Israel”, dijo Yasser Tabbara, propietario de una pequeña tienda de abarrotes en Tarek al-Jdideh, un barrio sunita de Beirut.
Afuera de un refugio para personas desplazadas, Mohamed al-Atrash, de 53 años, quien evacuó su casa en el sur días antes de que Nasrallah fuera asesinado, señaló que desde que explotaron los bípers y walkie-talkies de miembros de Hezbolá, matando y mutilando a miles de libaneses, personas de diversos orígenes habían donado sangre y se habían unido para conseguir ayuda.
Pese a toda su simpatía, muchos temen que la crisis avivará las tensiones entre las sectas de Líbano. Cuando Hezbolá anunció la muerte de Nasrallah, algunos en Beirut rompieron a llorar. Otros celebraron.
“No hemos aprendido a vivir unos con otros”, dijo Bassam Sawma, de 61 años, que vende pan plano en el pueblo cristiano montañés de Mechmech.
Sin embargo, incluso si los libaneses hacen distinciones entre ellos, dijo, los efectos de la guerra no lo hacen. “Dicen que el conflicto es con Hezbolá”, dijo sobre Israel, “pero están atacando a todos”.
Jacob Roubai contribuyó con reportes a este artículo.
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