Por Stephanie Nolen / The New York Times
KINSHASA, República Democrática del Congo — Mireille Efonge enfermó hace unos meses, con fiebre y dolorosas ampollas en la ingle. Quedó demasiado débil para moverse, así que vecinos la llevaron a un centro de salud con paredes cubiertas con capas de plástico en Pakadjuma, una comunidad pobre y abarrotada en Kinshasa, la Capital.
Allí, una enfermera llamó a una ambulancia para trasladarla a un hospital. Pronto le salieron lesiones cutáneas por todo el cuerpo, cada una de ellas una dura protuberancia de dolor punzante.
Al fin recibió un diagnóstico: mpox, o viruela del mono.
Esto fue en agosto, cuando el virus del mpox —estrechamente relacionado con la viruela— era casi desconocido en Kinshasa, una ciudad de 17 millones de habitantes.
Algunos investigadores ahora recuerdan esa época casi con nostalgia, porque quizás aún habría sido posible contener el virus para evitar el desastre.
Esa ventana probablemente se haya cerrado, afirman.
La detección de una nueva cepa del virus de rápida propagación en un pueblo minero remoto en el este del Congo llevó a la Organización Mundial de la Salud a declarar una emergencia de salud pública mundial en agosto. Desde entonces, se ha acelerado la propagación de mpox.
El virus se está afianzando en campamentos apretujados que albergan a millones de congoleños desplazados, que viven hacinados en refugios precarios con acceso limitado al agua. Y ha llegado a las ciudades del Congo, entre ellas su enorme Capital congestionada.
Esfuerzos tardíos por controlar el mpox en Kinshasa —al aislar pacientes y vacunar a sus contactos— han sido titubeantes y desordenados, superados ampliamente por la velocidad de propagación y mutación del virus.
La respuesta del Congo a la emergencia ha sido obstaculizada por la burocracia; médicos y otros involucrados dicen en privado que sus líderes están enfrascados en peleas por acceso a un influjo de fondos internacionales. El esfuerzo se ha complicado por la debilidad del sistema de salud del País, cuyos trabajadores raras veces son remunerados.
Cientos de miles de vacunas yacen en congeladores sin ser usadas. La mitad de los contagios son en niños, pero ninguno ha sido vacunado.
Sólo una pequeña parte de los casos de mpox son confirmados mediante análisis de laboratorio. Pocos contactos de personas enfermas son rastreados. Y en ningún lugar el esfuerzo es menos eficaz que en Kinshasa, donde dos cepas del virus ahora se están mezclando en una población particularmente vulnerable.
El mpox históricamente ha sido una enfermedad rural en el Congo, provocando pequeños brotes esporádicos, que en su mayoría infectan a niños en comunidades aisladas en el centro y el oeste del País.
La crisis sanitaria actual comenzó hace un año, cuando investigadores identificaron una nueva cepa del virus del mpox que parecía propagarse mediante relaciones heterosexuales en un pueblo minero en el extremo este del País. La llamaron clado Ib para distinguirla de la versión conocida que había sido estudiada en el Congo desde 1970, clado Ia.
Desde entonces, clado Ib se ha propagado a otros seis países africanos y ha aparecido en viajeros en EU, Canadá, Tailandia, Suecia y otras naciones. En el Congo, ha contribuido a que los casos de mpox alcanzaran un récord de 53 mil en el 2024, más del triple que en el 2023.
En Kinshasa, clado Ib, que se cree es más contagioso, se ha arraigado en Pakadjuma, donde muchas mujeres se ganan la vida como sexoservidoras.
La propagación del virus en los estrechos callejones de Pakadjuma ha generado una respuesta mucho menos contundente que para brotes de mpox en otras partes del Congo. Sin embargo, plantea una amenaza importante: para la gente que vive allí, para el resto del País y para el resto del mundo.
Pakadjuma se ubica tras altos muros construidos para proteger una línea de ferrocarril. Los muros ocultan zanjas de aguas residuales al aire libre, chozas hechas con lámina desechada y niños que juegan descalzos en calles lodosas.
Casos de la cepa endémica fueron notificados en el barrio por primera vez en el 2023. Muchos residentes se desplazan entre la provincia de Équateur y el noreste del País, donde el virus ha circulado desde hace mucho tiempo. Ahora la nueva cepa también está en Pakadjuma.
“Cuando analizamos los genomas, podemos ver que Pakadjuma es un foco de infección: es donde se ven ambos clados circulando”, dijo Placide Mbala, jefe de la división de epidemiología del Instituto Nacional de Investigación Biomédica del Congo.
Agregó que es “cuestión de tiempo” antes de que un paciente termine contagiado de ambas cepas.
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