Por Elaine Glusac / The New York Times
La gente va a Nueva York por la vida urbana, los restaurantes, los tesoros culturales y más. Yo voy a Nueva York porque me hace pensar, tal como lo hacía al caminar por el parque High Line, en el West Side de Manhattan, una hermosa mañana de otoño, maravillada por la resiliencia de la naturaleza, el diseño de edificios altos y cómo le alcanza el dinero a la gente para vivir aquí.
No tenía que descifrar esto último —lo hice hace 30 años— pero tenía el encargo de pensar en formas en las que los viajeros pudieran visitar la ciudad sin gastar mucho.
Para esta prueba de viaje económico, me enfoqué en lugares populares, muchos de ellos en áreas costosas de Manhattan, con una excursión a Brooklyn.
Descubrí que no tenía que renunciar al teatro o a la buena comida durante mi estadía de tres días, al tiempo que disfrutaba de mis actividades favoritas: caminar por parques, comer pizza y ver una obra de Broadway.
Mi mejor consejo para ahorrar tiempo y dinero en Nueva York: usar el transporte público, incluyendo desde y hacia los aeropuertos. En traslados anteriores entre el Aeropuerto La Guardia y Manhattan, he tomado taxis (desde unos 40 dólares), shuttles (desde 29 dólares) y un autobús (2.90 dólares). Ninguno fue rápido.
Ahora, el LaGuardia Link Q70 tiene recorridos entre el aeropuerto y la estación Jackson Heights-Roosevelt Avenue en el distrito de Queens. El autobús pasa cada 8 o 10 minutos y conecta con líneas del metro hacia Manhattan (2.90 dólares). Una hora después de aterrizar, me hallaba entre la multitud en el Rockefeller Center.
Si aterriza en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, el AirTrain JFK conecta con el metro (11.40 dólares).
Dicen que se puede encontrar de todo en Nueva York. Yo digo que hallar un hotel barato con ubicación decente sigue siendo un reto.
Pauline Frommer, autora de la guía “Frommer’s New York City”, dijo que la prohibición de rentas a corto plazo de menos de 30 días y la afluencia de migrantes, muchos de ellos alojados en hoteles, habían reducido el número de cuartos baratos.
Con los años, he tenido suerte en Midtown, en los confines del East Side y el West Side. Al oeste, en la Décima Avenida y la Calle 42, el Yotel New York Times Square ofrece cuartos tan compactos que hay que oprimir el interruptor que retrae electrónicamente la cama y la convierte en sofá para sacarle la vuelta.
En el East Side, en la Calle 51 y la Segunda Avenida, Pod 51 tiene habitaciones cómodas y austeras. Los precios varían según la temporada y la demanda, pero me he alojado en ambos por unos 100 dólares la noche.
Las clásicas gangas culinarias de Nueva York —hot dogs de puestos callejeros y rebanadas de pizza— le costarán pocos dólares. En el Rockefeller Center, Frommer me dirigió a Ace’s Pizza, que ofrece pizza estilo Detroit con centro suave, orillas crujientes y buen precio —10 dólares por una pizza personal de pepperoni muy llenadora.
Esa tarde, mientras caminaba por Times Square, me uní a la fila de Los Tacos No. 1. Inspirado en taquerías mexicanas, el local lucía parecido con servicio sólo en el mostrador. La cena me costó unos 10 dólares (un delicioso taco de adobada al pastor cuesta 5.25 dólares).
Para restaurantes con servicio de mesa, consulté la lista Bib Gourmand de restaurantes enfocados en calidad-precio de la guía Michelin.
Como conocedora del teatro, normalmente derrocho dinero en Broadway. Pero nadie tiene por qué hacerlo. Las estrategias para ahorrar se basan en la flexibilidad al seleccionar obras, fechas y ubicación de los asientos.
La tienda de descuento más visible en el distrito teatral, TKTS, ofrece entradas para el mismo día, a menudo a medio precio. Turistas hacen fila a diario en su caseta en Times Square para adquirirlas.
Muchos espectáculos ofrecen boletos para el mismo día a precio de ganga para quienes acudan a taquilla o prefieran una lotería digital a través de LuckySeat.com. Broadway Roulette ofrece entradas desde 49 a 59 dólares, pero no sabrá qué obra verá hasta que haya pagado.
Para ahorrar tiempo, utilicé el vendedor de descuento en línea Broadway Box para comprar un boleto de 86 dólares —decía que tenía un descuento de 40 dólares, pero me costó 99 dólares con comisiones— en primera fila del Teatro Stephen Sondheim para “& Juliet”, el musical que emancipa a Julieta, de Shakespeare, de Romeo con alegría y canciones de Britney Spears.
Recargada de energía por mi experiencia en Broadway, tomé el autobús M42 (2.90 dólares) al East River, donde el artista de instalaciones Bruce Munro transformó un terreno baldío en un “Campo de Luz” en Freedom Plaza (entrada gratis en horarios específicos hasta el 30 de noviembre).
Más de 18 mil luces brillantes coronaban tallos que lucían como flores radiantes en medio de un campo oscuro de maleza crecida.
Eventos temporales gratuitos imprimen energía a Nueva York (como una exposición de esculturas al aire libre de elefantes de tamaño natural en el Meatpacking District). Pero los viajeros también pueden contar con un puñado de museos gratuitos para compensar las opciones más caras (el Museo Metropolitano de Arte, por ejemplo, cuesta 30 dólares para foráneos).
Tomé el metro hasta el distrito financiero, al National Museum of the American Indian (gratis).
Ubicado en la Alexander Hamilton United States Custom House, el museo combina grandes espacios, incluida una rotonda de tres pisos con murales del pintor Reginald Marsh, con galerías apacibles dedicadas a las culturas indígenas desde el Ártico hasta el extremo sur de Sudamérica.
Los parques de Nueva York ofrecen escapadas reparadoras gratuitas y dan testimonio de la genialidad de sus paisajistas, comenzando por Central Park.
En este paraíso de 341 hectáreas, los diseñadores Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux incluyeron jardines formales, senderos, campos abiertos y bosques.
Se necesitó mucha construcción para que Central Park luciera natural. Ese también es el caso en espacios más nuevos, como Little Island en el Río Hudson, en el antiguo Muelle 54, donde arribaron pasajeros transatlánticos a principios del siglo 20.
El High Line es un parque lineal que ocupa las vías elevadas de una ex línea de trenes de carga. Desde la Calle Gansevoort hasta la Calle 34 (poco más de 20 cuadras), el High Line ofrece vistas típicas de Nueva York —desde calles adoquinadas hasta el Empire State Building— enmarcadas por arbustos y árboles.
En la ciudad hay tours aparentemente ilimitados. Algunos son en grande —como recorridos en helicóptero— mientras que otros son específicos, como las locaciones de filmación de “Sex and the City” o los puestos de comida del Midtown. Los recorridos autoguiados en audio ofrecen opciones económicas.
Dediqué dos mañanas a hacer tours, comenzando con una caminata de 90 minutos por la emblemática Grand Central Terminal con la compañía Walks (35 dólares).
Nos enteramos que las constelaciones en el mural de techo en la sala principal están al revés.
Crucé el puente de Brooklyn a pie con un guía de audio de Free Tours by Foot (2.99 dólares) que escuché a través de mi teléfono celular. Mientras autos pasaban a toda velocidad por debajo, el paso peatonal superior del puente, que conecta a Lower Manhattan con Brooklyn, estaba repleto de corredores y visitantes.
En el trayecto de unos 2.4 kilómetros de ida, escuché hablar de construcción con cajones hidráulicos y de tecnología de cables en un guión salpicado de anécdotas divertidas, como el hecho de que 21 elefantes de circo desfilaron por el puente en 1884 para demostrar que era resistente.
Me perdí y me pasé de la salida indicada en la grabación, pero terminé frente a una estación de bomberos en Brooklyn donde bomberos agotados estaban empapados luego de hacer un simulacro con mangueras.
El encuentro con un pedacito de la vida neoyorquina a pocas cuadras del abarrotado puente me recordó las recompensas de la espontaneidad y la sorpresa de desviarse del rumbo.