Llama la atención cómo en la medida que avanzan las críticas en contra de Israel por las sistemáticas violaciones de los derechos más elementales de la población palestina, acude al recuerdo de los horribles hechos del holocausto para desviar la atención.
Una estrategia que se ha convertido en su más poderosa arma de propaganda política desde que ocupa a Gaza y Cisjordania.
Siguiendo ese libreto, las bancadas de tres partidos políticos de ultraderecha han vuelto a impulsar en el Parlamento una norma que castigará con cárcel y multa de 28 mil dólares a las personas que usen la expresión nazi, los trajes a rayas similares a los usados en los campos de concentración y otros símbolos que recuerden los horrores del holocausto.
Esta clase de iniciativa no es nueva, en virtud de que en los últimos años se han presentado varios proyectos de ley similares y no han prosperado. Ahora, otra vez políticos de la ultraderecha, han puesto este controvertido tema en la agenda legislativa.
Sus defensores argumentan que la finalidad de la norma es frenar la banalización del holocausto, porque es intolerable la facilidad cómo esos símbolos y nombres se usan en los discursos públicos y políticos, mientras se falta el respeto a la memoria de los fallecidos y se hiere a los supervivientes y sus descendientes.
Los críticos alegan que esa norma atenta contra la libertad de expresión y una de las primeras organizaciones en expresar su rechazo ha sido la Asociación de los Derechos Civiles de Israel (ACRI) que defiende el derecho inalienable que tienen las personas a expresar libremente determinadas palabras y usar ciertos atuendos, así sean considerados duros y ofensivos por otras personas.
De hecho, plantea que en Israel hace falta un debate más profundo sobre los dolorosos hechos del holocausto.
De prosperar esta controvertida norma, ¿cómo se les tendrá que llamar a los tres millones de judíos askenazí que viven en Israel? No se puede desconocer el martirio que vivieron millones de judíos en la diáspora y durante el exterminio nazi, pero las explotaciones con fines económicos y políticos que hacen las nuevas generaciones del sufrimiento de sus antepasados tienen que dejar de ser temas vedados.
Este asunto polémico ha sido analizado en varios estudios por destacados historiadores e intelectuales de diferentes tendencias como Benjamín Beit-Hallahmi, Jorge Simán Abufele, Giovanni Garbini y de origen judíos como Shlomo Sand, Avi Shlaim, Zeev Herzog y Norman G. Finkelstein. Sus estudios han desatado controversias hasta el punto que han sido acusados de antisemitismo.
Finkelstein critica el uso y el abuso que se hace del antisemitismo y del holocausto, porque los dogmas centrales del holocausto se sustentan en intereses políticos y de clase.
En efecto, critica a los líderes de Israel de utilizar ese terrible pasado como instrumento ideológico y de explotación política de Estado “víctima” para ocultar su terrible historia de violaciones de los derechos humanos.
Ahora, por la creencia que tienen los judíos de su superioridad moral y su arraigada victimización, los hace creer que cualquier punto de vista divergente sobre el holocausto e Israel es antisemitismo.
Por eso comparto la opinión del sociólogo Pedro Brieger, argentino de origen judío, cuando dice que hay que rechazar el chantaje ideológico de Israel que utiliza el holocausto para justificar todo lo que hace y repetir la horrible historia: ayer perseguidos por los nazis y hoy perseguidores de los palestinos con el argumento que están combatiendo al terrorismo cómo si todos los palestinos fueran terroristas.
Otro tema que llama la atención es el escándalo por los amores de Yair, un hijo del primer ministro, Benjamín Netanyahu, con la noruega Sandra LeiKanger. Amores que tienen en jaque político al gobierno de Netanyahu.
¿Por qué el noviazgo de dos jóvenes que en cualquier otro país sería normal, en Israel genera tanta polémica hasta convertirse en un problema de Estado?
La ley judía dice que los judíos no pueden mezclar su sangre con la de personas no judías y solo una mujer judía puede ser madre de hijos judíos.
Esta clase de legislación medieval sobre la “pureza racial” encarna una de las peores manifestaciones de racismo y de discriminación en el mundo.