Cuando hablamos de hábitos, hay una verdad muy importante que debemos recordar: los malos hábitos no son los únicos que persisten, los buenos también lo hacen. Cuando formamos un buen hábito, podemos mantenerlo de la misma forma que sostenemos una rutina. Así que, si hay un mal hábito que deseas eliminar, intenta reemplazarlo con uno bueno.
Según Charles Duhigg, escritor de “El poder de los hábitos”, los hábitos tienen tres partes: una señal, una rutina y una recompensa. Primero, la señal le dice a la mente que es momento de empezar el hábito, como una notificación que has recibido en tu teléfono. La rutina es la acción que le sigue. Finalmente hay una recompensa, que es lo que ayuda al cerebro a determinar si una acción vale la pena y si se debe formar un hábito.
El hábito depende del anhelo del cerebro de recibir la recompensa. Si correr es tu hábito, el cerebro esperará la recompensa de las endorfinas que se liberarán cuando hayas corrido. Con la práctica, el hábito se vuelve automático y no tendrás que usar energía para recordar el hacerlo. Duhigg muestra que nunca se pueden eliminar los malos hábitos; pero puedes transformarlos. Por lo tanto, al usar la misma señal y la misma recompensa, puedes cambiar la rutina.
En el libro, Duhigg da el ejemplo de alguien que desea dejar de comer meriendas mientras trabaja. Él explica que la persona puede estar comiendo no porque esté hambrienta, sino porque necesita un descanso. Entonces, cuando la persona ya ha identificado la señal, en vez de ir por comida, ella puede levantarse a dar una pequeña caminata o visitar a un colega en su escritorio. Nos volvemos lo que practicamos.
Si tenemos un mal hábito, este probablemente nos arrastra hacia lo negativo. Por otro lado, los buenos hábitos pueden ayudarnos de formas que se vuelven automáticas. Utilízalos como una herramienta, pues los buenos hábitos son la base de tus resultados.