Guerras intestinas es el vocabulario que los historiadores tradicionales utilizaron al comenzar los sucesos bélicos durante los seis años que duró la guerra civil de 1919 y que finalizó en 1924, también conocida como la Gran Revolución del 24. Una época en que los caudillos revolucionarios reunían a sus seguidores políticos para entrenarlos para la guerra en busca de la Presidencia de la República, en una época de pobreza, ignorancia, escasez y enfermedades.
Organizados los grupos revolucionarios, al mando de caudillos ambiciosos, pasaban por los poblados arrasando con todo: el maíz, los frijoles, las gallinas, los cerdos, ganado caballar y mular, dejando a los pobladores más pobres de lo que eran; el dinero era escaso y el que circulaba estaba en poder de pocas manos; por tal razón, los campesinos abandonaban sus hogares para ir a la guerra, para poder comer.
La Gran Revolución que se inició en 1919 y se extendió hasta 1924 tuvo una duración de seis años, teniendo como escenarios los pueblos del occidente, del norte, el oriente, sur y el centro del país. Los caídos en combate fueron tantos que no eran enterrados, sino que amontonaban los cuerpos para ser quemados o incinerados… seis años de violencia generalizada en todo el país, una guerra civil organizada por fieros caudillistas, que aumentaron la miseria en los pueblos y aldeas hondureñas y que consolidó el poder de las transnacionales o compañías bananeras y mineras en el territorio nacional.
Las mujeres hondureñas, siguiendo el ejemplo de las mexicanas, muchas se unieron a la revolución y, aparte de la preparación de la comida para los revolucionarios, dieron a luz a los llamados, “hijos de la guerra”. Por primera vez en Tegucigalpa se utilizó un bombardero, durante el sitio del que fue objeto la capital de la República; siendo escenarios de guerra: el Cerro Grande, el Picacho y el Cerro Juana Laínez.