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Desde el día del golpe, he sido un testigo y un apoyo en la lucha por la democracia en nuestro país. He estado presente en las calles, apoyando la resistencia desde sus inicios, incluso antes de que se convirtiera en el partido político que hoy conocemos como Libre. Sin embargo, la realidad actual es dolorosa: me encuentro ante la ingratitud de aquellos que alguna vez compartieron mis ideales y lucharon a mi lado.
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Mi compromiso con la resistencia no se basó en la búsqueda de reconocimiento ni en el deseo de ocupar un lugar en un censo. Lo hice porque creía profundamente en la causa y en la necesidad de luchar contra un sistema que oprime y margina a la población. Durante esos años difíciles, nos unimos en torno a un sueño compartido: un país más justo, donde todos tuviéramos voz y representación. Sin embargo, hoy soy considerado un “mapache” por el simple hecho de no estar censado con Libre.
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Esta etiqueta es un golpe doloroso, ya que no refleja la realidad de mi compromiso. No formo parte de su censo porque, en un momento crucial para el país, no pude votar en las elecciones internas. Esto no se debió a deslealtad, sino a circunstancias personales que me llevaron a no estar presente en ese proceso.
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Es frustrante ver cómo la memoria colectiva se desvanece y cómo se ha perdido el sentido de unidad que nos unió en tiempos difíciles. La lealtad, que alguna vez fue un valor fundamental en nuestra lucha, parece haber sido sustituida por etiquetas y juicios.
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Aquellos que alguna vez compartieron mi camino parecen olvidar el sacrificio y la dedicación que cada uno de nosotros aportó en su momento. La lucha por la justicia y la democracia no debe ser un esfuerzo exclusivo de un solo grupo o partido. Debemos reconocer que cada uno de nosotros ha tomado decisiones basadas en lo que creíamos correcto en tiempos de adversidad.
