Muchas veces he pensado sobre esto: producir el tipo de invento que será la combinación justa de las características que nuestros clientes necesitan. Mi compañía es una empresa de desarrollo de bienes raíces, Celaque, y construimos apartamentos y edificios de oficinas. Antes de iniciar un proyecto nuevo, lo ajustamos y modificamos hasta estar seguros de tener el mejor diseño posible. Sin embargo, nuestros clientes, quienes deciden si lo compran o no, son los últimos jueces. Algunos productos tienen tiempos de producción más cortos y otros más largos. Si tu producto está en la primera categoría, puede ser más fácil iterar con pequeñas cantidades hasta descubrir la combinación correcta de diseño y precio.
En bienes raíces, no nos podemos dar ese tipo de lujo una vez que hemos empezado la construcción, pues el edificio será permanente. Una forma de dejar espacio para la iteración cuando diseñamos es que creamos espacios flexibles. Para espacios de oficina, las personas pueden comprar/alquilar unidades pequeñas o grandes. Si algo no se vende como lo esperábamos, buscamos formas de alterar nuestro producto. De ser necesario, cambiamos los usos. Así que en vez de intentar vender, alquilamos. También hemos experimentado con alquilar por periodos más cortos y con incluir muebles en la oferta. Si todo lo demás falla, siempre podemos modificar el precio, que podemos cambiar al notar fluctuaciones en la demanda. Después el ciclo se repite. Trabajamos para crear un mejor producto en el futuro.
Al final, hacemos lo mejor que podemos, pero el mercado es el juez más crucial. Si nuestros clientes lo compran, es porque diseñamos lo que querían y necesitaban. Si se vende, funcionó, y si no, entonces no; existió alguna discrepancia entre sus expectativas y nuestro producto. Sin embargo, para poder diseñar un mejor producto en el futuro, escuchamos, aprendemos y lo hacemos una y otra vez.