En un país donde el cambio se vendió como un espectáculo digno del mejor circo, la administración de Xiomara Castro ha demostrado que, en lugar de la esperada transformación, hemos sido testigos de una serie de actos que más bien parecen un juego de magia mal ejecutado. Desde su llegada al poder, la presidenta ha hecho malabares con promesas que, como por arte de magia, se han esfumado.
“La lucha contra la corrupción” se ha convertido en una broma recurrente, donde los payasos que deberían estar tras las rejas siguen haciendo su número en la arena política. Las denuncias se apilan como maletines vacíos, mientras el público, cada vez más frustrado, se pregunta si la verdadera magia no será la de hacer desaparecer la justicia.
La inseguridad, ese elefante en la sala, sigue en escena. A pesar de las promesas de un entorno más seguro, los hondureños se ven atrapados en un espectáculo de violencia y temor, donde los únicos que parecen tener las cartas marcadas son los delincuentes.
Mientras tanto, los uniformados, convertidos en malabaristas de la ley, parecen más ocupados en el show que en garantizar la seguridad de la población. La economía, otro acto fallido del circo, se presenta como un mago que promete hacer aparecer monedas de la nada. Sin embargo, el truco no funciona. La inflación y el aumento de precios se han convertido en una rutina que deja a muchos con el corazón encogido y el bolsillo vacío.
Las esperanzas de un desarrollo económico sólido han sido reemplazadas por el desánimo colectivo. Y así, en este gran circo que ha llegado a ser el gobierno de Castro, el público se siente atrapado entre risas forzadas y aplausos desalentadores.
La ilusión de un cambio real se desvanece, dejando solo un eco de desencanto. La realidad es que los hondureños merecen más que un circo.
Necesitan líderes comprometidos con el cambio verdadero, capaces de ofrecer no solo promesas vacías, sino acciones concretas que transformen sus vidas.