Es necesario reconocer que el concepto de familia ha sufrido una serie de trasformaciones al igual que muchos de los temas relacionados con ella. No solo es necesario sortear las limitaciones que caracterizan las series estadísticas y los cambios en la conceptualización de sus categorías básicas como familia, hogar, unidad doméstica, entre otras, las cuales inciden en los universos de estudio y que hacen muy difícil establecer cuantitativamente las trasformaciones en el tamaño de las unidades, los índices de fertilidad, fecundidad, composición familiar, etc., sino además, nos enfrentamos con un factor psicológico, que hace relación a la ligazón afectiva asociada a esta realidad.
El concepto de familia trae a la mente situaciones, recuerdos e imágenes que evocan emociones de diversa índole, situaciones irrepetibles que se vivieron dentro del núcleo en el cual fue engendrada la persona. Esa estructura primigenia tiende a ser idealizada, a ser vivida como un mundo feliz, en donde muchas veces las dificultades, los hechos dramáticos y crueles que allí se sucedieron tienden a olvidarse. Se sacraliza el concepto y se construye una imagen ideal, en la cual prima la felicidad y la armonía con su devenir y cotidianidad, como si las familias se desarrollaran por fuera de los conflictos. “Hablar de familia en un país marcado por su extrema diversidad geográfica, cultural y social es realmente difícil,” tal como doña Virgilia Cruz Donaire lo plantea, cuando participaba en un seminario de sociología en UNAH, en el que se expusieron múltiples conceptos sobre las estructuras familiares del país y donde los profesionales hablaban con propiedad de la “familia hondureña”, ante lo cual, ella con sarcasmo preguntó al público: ¿cuál familia?, consciente de las diferencias familiares que existen en el país.
Entonces me permito concluir estas someras miradas acerca del concepto familia, que, en realidad, solamente existe una gran familia, una única familia que es la familia del Universo, cuya plenitud es total.