Aquí y en la China

Las oportunidades son ilimitadas, a pesar de la politización malintencionada, la noticia falsa y el desconocimiento”

  • 28 de marzo de 2025 a las 00:00

En una reunión social, una cosa lleva a la otra y terminamos hablando de China. Una agradable amiga imaginaba un país pobre, rural y esos estereotipos construidos por el bombardeo ideológico que a los desprevenidos les ha distorsionado la realidad del mundo. Les mostramos fotos a ella y a otros que compartían la mesa y quedaron perplejos.

Hace años me sumergí en tres libros sobre China: uno sobre su fascinante historia milenaria; luego, el del exjefe de la diplomacia de Estados Unidos, Henry Kissinger; y otro que me prestó el exfutbolista y periodista, Límber Pérez. Entonces, era un lugar lejano e inalcanzable, pero quiso la vida llevarnos -dos veces- para asombrarnos in situ de su fabulosa cultura y conocer a su gente amable, generosa, alegre.

Éramos periodistas de varios países, algunos de naciones prósperas, y aún así compartieron con nosotros la admiración de varias ciudades, inmensas y súper desarrolladas: Beijing, Changsha, Chendú, Yibín o Guangzhu. En pocos años los chinos lograron la economía más robusta del mundo, el alucinante adelanto tecnológico y un envidiable bienestar social.

Tampoco es que salieron de la nada. China fue una potencia durante siglos, distribuida entre reinos y dinastías, que compartieron sus inventos y descubrimientos con todo el mundo: la brújula, el papel, la imprenta, la pólvora, los tejidos de seda, la porcelana, el arado de hierro, el puente colgante, la acupuntura y hasta el billete de banco.

No es extraña su imparable innovación en telecomunicaciones, como la tecnología 5G, o la energía renovable con paneles solares, y el liderazgo mundial en vehículos eléctricos, sin olvidar la increíble inteligencia artificial y las supercomputadoras. China tiene reputación de crear, inventar para beneficio de la humanidad, pero, hay quien eso no le gusta.

En septiembre pasado, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley HR 1157, llamada con descaro “Fondo para contrarrestar la influencia maligna de la República Popular China”, que otorga 1,600 millones de dólares -325 millones cada año- para pagar medios de comunicación y agentes de sociedad civil mundial que ataquen y desacrediten a China. Algo habrá caído por acá.

Ahora se cumplen dos años de relaciones diplomáticas entre Honduras y China. El embajador Yu Bo lleva las cuentas, en 2024 el comercio recíproco fue de 2,030 millones de dólares; los hondureños aumentaron 20% sus exportaciones a ese mercado. Antes de esta diplomacia, comerciantes nacionales importaban productos chinos, incluso de terceros países, sin que los productores nuestros enviaran nada para allá.

La cooperación también es significativa en hospitales, escuelas, alimentación, productividad, asistencia humanitaria; compra de café, camarón, melón y banano, y las oportunidades son ilimitadas, a pesar de la politización malintencionada, la noticia falsa y el desconocimiento, que le exigen a esa nación lo que no le piden a ninguna otra.

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