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Benedetti, los jóvenes y lo que queda

Encontré a Benedetti un día cualquiera, caminaba despacio y oteaba lento los alrededores. Me animé a hablarle: “¡Don Mario!”; acostumbrado a que lo reconozcan en todas partes, me dijo tranquilo que buscaba un café o donde sentarse -tenía casi 80 años- y decidí mostrarle un lugar.

Fue en el Parque El Retiro de Madrid, en una Feria del Libro, donde convergen poetas, escritores y dramaturgos para mezclarse con los lectores, rozarse con sus seguidores. En decenas de casetas las editoriales exhiben libros clásicos, los más vendidos, los populares, las novedades.

Ya habíamos coincidido seis meses antes, en un evento en Casa de América, desde luego, él no se acordaba. Ahora, más por tener compañía, que porque le haya dicho algo que importara en el corto tramo hasta el café, me pidió que me sentara, y yo, que no me lo dijera dos veces, que desde joven lo leía con entusiasmo y algunos de sus libros eran mi catecismo, así que me quedé un rato.

En un encuentro casual se habla de casualidades: el clima, la cultura, la multitud que repletaba la Feria, más de dos millones pasarán esos días por los pabellones para mirar, tocar y comprar libros, entre ellos, muchos jóvenes; recordé la atención y la esperanza que el poeta les daba, se reunía con muchachos y muchachas, les dedicaba libros.

¿Por qué recordé todo esto? Porque cada septiembre los jóvenes de nuestro país se notan más -se notaban antes del coronavirus- al conmemorar -conmemoraban- las fiestas de Independencia, y en el aire retumban -retumbaban- redoblantes, trompetas y fantásticas liras; entonces se dice que la juventud es la esperanza de la patria.

Pero algunos adultos se ponen ceñudos, piensan solo en los jóvenes enemistados con los libros, los que aplauden el insultante reguetón, los extraviados en adictivos videojuegos, los sometidos por las drogas o el licor, o los que orillados por una sociedad rota y un país insolidario, llevan una vida bandida de violencia y aniquilación.

Pero hay otra juventud que ha tenido más de suerte en este realidad de carencias y ahora está sacrificándose en clases virtuales de secundaria; en universidades probándose en Química, Ingeniería, Medicina, Filosofía, Derecho; otros aprendiendo albañilería, panadería, ebanistería, mecánica o un poco de todo.

Además hay jóvenes en los partidos políticos -incluidos los tradicionales- que sueñan cambiar todo, desmarcarse de vicios y trampas de sus antecesores; o integran sindicatos, asociaciones y protestan contra la iniquidad, la exclusión, corrupción, contaminación. A toda esa juventud con sentido de justicia, inquieta, rebelde, le apostaba el poeta uruguayo el cambio de la historia.

También me acordé porque este 14 de septiembre se cumplen cien años del nacimiento de Mario Benedetti, nació en 1920, murió en 2009. Me quedan sus libros, su autógrafo, algunas fotos, la esperanza de que las cosas cambien y estos recuerdos.

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