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Según el Diccionario de americanismos, en Honduras el caite es un zapato viejo y desgastado; sin embargo, los que yo conocí en una aldea del departamento de Francisco Morazán de este país, se fabricaban con plantas de llantas desechadas, con perforaciones en la parte delantera en las cuales se insertaban correas de neumáticos o de cuero, con la finalidad de sostener el pie evitando que se zafen.

El chuzo por su parte, en el campo hondureño consiste en un palo o vara con una punta de hierro, que se utiliza para abrir pequeños agujeros en la tierra donde se depositan los granos de maíz o frijol, para que puedan crecer y dar la correspondiente cosecha de primera o postrera.

El chuzo es un sustituto del arado, ya que se emplea en terrenos empinados y con mucho declive, en los cuales es difícil que una yunta de bueyes pueda actuar abriendo los surcos convenientes. Junto con el chuzo el campesino suele usar una pequeña jícara o bolsa atada a la cintura, en la cual van los granos que luego se arrojan con precisión en los agujeros abiertos con la ayuda del chuzo.

Esa pequeña jícara también se emplea en los campos recién arados, ya que al tiempo que el campesino tira los granos en el surco, con los pies calzados con su respectivo caite, pega una suave patada que remueve la tierra y cubre el grano recién depositado en el surco.

¿Por qué traigo a colación los chuzos y los caites del campesino hondureño? Los menciono porque constituyen una práctica de cultivo bastante ineficiente por dos razones: a) para sembrar esas laderas empinadas primero debe quemarse la maleza existente, con lo cual no solo se debilitan los nutrientes naturales de la tierra sino que existe el riesgo de ocasionar incendios forestales, en el caso de que no se hayan construido las rondas pertinentes; y b) debido a que los rendimientos obtenidos de esta manera de sembrar, son menos abundantes de los que se consiguen en terrenos planos arados con juntas de bueyes o con un tractor agrícola.

En defensa de los campesinos de algunas regiones del país, debe quedar establecido que han abandonado la práctica de quemar el terreno para luego sembrar, sustituyéndola con prácticas más amigables con el medio ambiente. Con todo, en Honduras existe una baja productividad de diversos cultivos, que apenas ayudan a muchos habitantes del campo a la subsistencia precaria, dado que la mayor parte de su producción la consumen.

Parte de las desgracias del campesino la ocasiona el mal tiempo, dado que a veces llueve mucho y en otras el agua no aparece en ningún lado.

Esto implica que se deberían crear muchos reservorios artesanales de agua y promover más intensamente los proyectos de riego, especialmente aquellos utilizados mediante el sistema de goteo, que sirven para distribuir mejor y ahorrar el valioso líquido que alimenta las plantas sembradas.

Las anteriores no son las únicas penalidades que enfrentan los campesinos hondureños, ya que también sufren la migración de la fuerza de trabajo joven, las plagas de diversa índole y una desafortunada carencia de apoyo crediticio y técnico, sin mencionar que generalmente carecen de tierra medianamente fértil