“Mientras la tierra exista, siempre habrá siembras y cosechas; siempre hará calor y frío, siempre habrá invierno y verano, y también noches y días” (Génesis 8:22).
La obsesión por controlar el clima ha marcado la vida de los seres humanos desde que estos habitan esta hermosa esfera autosostenible. Sus fallas en tratar de comprender los fenómenos naturales, su extraordinario poder y su carácter impredecible han convertido las cambiantes condiciones atmosféricas en objeto de mitificación, luego de estudio y hoy de adoración ideológica-sectaria.
En el mundo prehispánico se sacrificaban hombres, mujeres y niños a los dioses que ellos adoraban para evitar las sequías u otros meteoros que los afectaban. Los apologetas contemporáneos quieren sacrificarnos a todos ante una veintena de diosecillos como la ONU, el Foro Económico Mundial, la OCDE, varios bancos internacionales y gobiernos títeres que no son más que furcias de la Agenda 2030 y así poner de rodillas al mundo para evitar “su destrucción” en caso de llegar al “punto de no retorno”.
Llamado anteriormente calentamiento global y ahora cambio climático antropocéntrico es la forma moderna y retorcida de interpretar lo que la Tierra ha venido haciendo de manera cíclica desde hace miles de años: enfriarse y calentarse. El agregado “antropocéntrico” es un conveniente apéndice que pretende responsabilizar a la humanidad de tales cambios porque, como en toda secta mal habida, el hombre es malo pero su entorno es bueno.
Esta nueva secta inició cerca del año 1920 y desde entonces sus diversos representantes han lanzado una enorme cantidad de “predicciones” -todas fallidas- pasando por el “pico del petróleo” de 1943, la extinción de los osos polares, la desaparición de Nueva York bajo el mar, una nueva era del hielo en la década del 70 del siglo pasado y cientos de otros vaticinios incumplidos. A pesar de ello, la secta ha seguido creciendo.
Como toda secta que aglutina adeptos, también tiene fuentes de financiamiento. Esto es lo que la hace atractiva para que a ella se adhieran individuos, grupos, organizaciones y hasta gobiernos. Solo el Grupo Banco Mundial en el ejercicio de 2022 ha desembolsado 31,700 millones de dólares para ayudar a países a abordar el cambio climático. Por supuesto que no es dinero regalado. Hay que pagarlo ya sea en efectivo o en especies. Ese es el meollo del asunto: vender miedo y obtener ganancias.
El Dr. Johannes Oerlemans (experto en paleo climatología, meteorología dinámica y glaciares de la Universidad de Utrech) expresa: “Muchos científicos no han sido capaces de resistirse al poder de la fama, las subvenciones y las cumbres pagadas en exóticos lugares que les esperan si son capaces de dejar de lado los principios científicos y la integridad para apoyar la doctrina del calentamiento global creado por el hombre”.
Adorar a estos diosecillos de la secta del cambio climático tiene un alto costo: entregar el país al endeudamiento, renunciar al desarrollo industrial y tecnológico, cederles nuestros recursos naturales, hablar su jerga climática, apoyar el control poblacional y besar de rodillas el amuleto multicolor de la Agenda 2030 en una suerte de romería climática descabellada.
Mientras estos diosecillos climáticos chillan por adoración y sacrificios humanos, Dios ya nos regaló tres estaciones y la cuarta estación ciertamente llegará, porque a diferencia de aquellos, Dios no es mentiroso.