Columnistas

De hospitales y atención primaria

Recientemente el Ejecutivo, bajo un acuerdo de emergencia para los próximos tres años, nombró una heterogénea “Comisión de Salud” que se encargará de transformar el sistema de salud hondureño. Más temprano que tarde, algunos de estos comisionados comenzaron a brindar declaraciones a los medios sobre la problemática de salud del país, focalizándose sobre el sistema hospitalario, como si ese fuera el gran problema del sistema de salud en Honduras, pero muy particularmente en el Hospital Escuela, anunciando “victorias tempranas” en algunos temas como la mora quirúrgica con brigadas médicas, consultas externas tardías con contratación de más personal, desabastecimiento de medicinas con más presupuestos y escasez de especialistas con contratación de nuevos, que no los hay. En los últimos días le han sumado hasta la modificación de la formación de los recursos humanos en las Facultades de Medicina siguiendo modelos, dicen, como el cubano, desconociendo con ello que nuestro modelo político es sustancialmente distinto al de la isla caribeña.

Sin duda la labor de los comisionados será titánica, lo que requiere un alto grado de especialización, capacidad técnica, experiencia en el ramo, organización eficiente y recursos económicos, si no queremos terminar con propuestas mediocres. A lo anterior se suma, con sorpresa, declaraciones anunciando como algo novedoso la implementación del sistema de atención primaria en salud, que vendrá a rescatar la colapsada atención médica rural. La atención primaria fue instalada en Honduras hace 48 años y su éxito fue ejemplo para el mundo, esa fue una verdadera victoria, por tanto, no es nueva. Ocurrió bajo la mejor administración de salud que ha tenido este país desde que es República, en la persona del Dr. Enrique Aguilar Paz y su equipo técnico, el mejor que dicha Secretaría ha tenido en toda su existencia. El Dr. Aguilar Paz no necesitó de comisiones ni decretos de emergencia para ejecutar una profunda reforma estructural y modernización del sector salud hondureño; le bastó con profesionales comprometidos, experimentados, capaces, honestos y con visión. Hasta la fecha, los logros de tal administración no han sido superados. Pero parece que los expertos de hoy desconocen la historia y de las expresiones que hasta ahora hemos escuchado se deduce que nos proporcionarán las mismas recetas -ya fracasadas- para viejos y nuevos problemas, es decir readministrarán la pobreza del sistema y utilizarán las políticas “apagaincendios” ya utilizadas en los últimos 30 años, con los resultados que actualmente estamos viviendo.

El problema de la salud en Honduras no es el Hospital Escuela. Este equivocado “enfoque hospitalista” es responsable en parte del colapso de los mismos hospitales, instituciones donde no existen guías clínicas, métodos, procedimientos ni protocolos técnicos, apenas unas normas y reglamentos que nadie respeta. Estas instituciones funcionan a la deriva, no se sabe si tienen licencias sanitarias y nunca han podido pasar los controles de calidad; todo derivado de los problemas estructurales del obsoleto sistema de administración de la salud, donde cada día surgen situaciones coyunturales y que la Secretaría a lo largo del tiempo se ha dedicado a parchar sin proporcionar soluciones definitivas y sostenibles.

Los hospitales viven en permanente precariedad, degradación e indignidad tanto para el personal de salud que allí labora como para los pacientes, en mucho debido al fracaso de la red de atención primaria en el país, que se mueve con 1,560 centros de salud desabastecidos, sin personal idóneo, sin médicos, sin políticas eficaces de prevención para el ejercicio en el nivel local y con una pléyade de organizaciones no gubernamentales (ONG) a quienes les han trasladado el manejo de la salud local, sin ninguna supervisión financiera, técnica ni ética por parte de la Sesal; mucho menos exigencias de rendición de cuentas, lo que ha contribuido más bien a desnaturalizar el modelo de atención primaria en este país. Por supuesto, las consecuencias de esa falta de apoyo organizado, sistemático y técnico con políticas focales de prevención y tratamiento favorecen la migración espontánea y la referencia de pacientes a los hospitales nacionales para atender problemas que deben ser resueltos localmente o problemas complejos que originalmente fueron detectados en la red terciaria y que pueden dársele seguimiento y sostenibilidad en la red primaria con los recursos técnicos, materiales e insumos apropiados y oportunos.

Esa demanda insatisfecha en la red primaria se desplaza hacia los hospitales sobrepasando su capacidad de respuesta, lo que explica la precariedad de estos; y por mucho presupuesto que les inyecten, por mucho crecimiento físico de los mismos -por allí hemos escuchado unas descabelladas propuestas sobre este último aspecto-, estas instituciones se han convertido en “barriles sin fondo”, en escalofriante despilfarro de los recursos económicos. En Honduras ya se han aplicado esas acciones para reducir la mora quirúrgica, para disminuir las citas tardías, los desabastecimientos, algunas de ellas exitosas en un principio, pero recurrentes, ¿por qué? Porque no se han resuelto los problemas estructurales que conducen a ello: tenemos un sistema de salud (Sesal, IHSS, sistema privado) compartimentalizado, desarticulado, de acciones duplicativas, eminentemente curativo, con exigua prevención y fuentes de financiamiento mal organizadas y orientadas; que las hay, desde el sector contributivo, presupuesto nacional y fondos asistenciales externos, estos últimos dedicados al clientelismo político (Bolsa Solidaria, Bono Diez Mil, Vida Mejor). El sistema de salud está sobrepasado por una gran deuda social y ahora con nuevos desafíos incapaces de ser afrontados. La epidemia actual de parotiditis, la de influenza, la de chikungunya en 2013, la de dengue hemorrágico en 2010; centenares de diabéticos e hipertensos en diálisis sin esperanza de un programa nacional de trasplante renal, son reflejo de esa incapacidad. Esos retos se pueden enfrentar con aquella estrategia que alguna vez aconsejo Albert Einstein: no se pueden resolver los problemas importantes que enfrentamos con el mismo tipo de pensamiento en que estábamos cuando los creamos. Siendo optimistas, esperemos que esta Comisión transformadora no termine sus días con nuevas frustraciones.