Columnistas

El genocida

Sin inmutarse, con un monstruoso cinismo, el general Efraín Ríos Montt escuchó los increíbles testimonios que sus víctimas relataban al jurado.

En marzo de 1982, un grupo de militares jóvenes, hartos de la corrupción y la represión que tenía aislado a ese país, depusieron al nefasto general Romeo Lucas García y llevaron al poder a Ríos Montt. Bastaron 16 meses de gobierno para que el genocida desatara la represión más feroz contra la población guatemalteca.

Organismos de derechos humanos (DD HH) estiman que la administración riosmonttista asesinó con saña al menos diez mil personas desarmadas, la mayoría indígenas, acusados de proteger a subversivos. Antes de asesinarlas, las mujeres eran ultrajadas y violadas en masa frente a sus hijos y esposos. 448 aldeas desaparecieron bajo el fuego y hubo más de cien mil desplazados.

Ríos Montt también fue depuesto, y aunque logró dislocar la ley para postularse como presidente, la protección de la impunidad que solo el poder retorcido puede otorgar la encontró en el Congreso Nacional

La justicia lo pudo enjuiciar hasta que se retiró de la vida política, pero solo por la masacre de 1,771 indígenas ixil, la mayoría niños y mayores de 50 años. Por los subterfugios legales que transan los políticos corruptos, pudo evadir la condena de 80 años de cárcel y este fin de semana el genocida murió de un ataque al corazón sin haber pagado su responsabilidad criminal.

“Murió en paz, tranquilo”, declaró uno de los abogados del corrupto dictador. Nadie que haya causado tanto daño y dolor puede abandonar este mundo en paz.

Genocidio tiene que ver también con la destrucción de los elementos que nutren la existencia colectiva. Los políticos que avalan y participan en la represión de las libertades, la corrupción y la impunidad también son genocidas.

Y aunque ahora gocen de la protección del poder, cuando menos lo esperen la justicia los alcanzará y la sombra de sus funestos actos los perseguirá hasta después de la muerte ante la vergüenza familiar. Los delitos de lesa humanidad no prescriben, la historia tampoco olvida.