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El Morazán que necesitamos

Hace 180 años lo mataron, y como escribió el propio Francisco Morazán antes de su fusilamiento, fue un asesinato. Ganaron los malos. Un sórdido grupo conservador pudo más que la voluntad popular de hacer de esta tierra una sola nación, con mayores posibilidades de desarrollo... el sueño pervive, aún anhelamos esa Centroamérica unida.

Las vicisitudes de este oficio me han permitido el afortunado encuentro con defensores del héroe, infatigables apasionados y sabedores del pensamiento de Morazán, codiciosos de que todos lo conozcamos, pero su esfuerzo de divulgación no ajusta; por eso es esperanzadora la Cátedra Morazánica propuesta por la presidenta Xiomara Castro, que se enseñe a todos los estudiantes.

La Tegucigalpa de Morazán no tenía escuelas -apenas algunos intentos privados de aulas desorganizadas, que financiaban padres de familia-, reflejos políticos de la España de entonces, que procuraba mantener a los americanos en la conveniente ignorancia, lejos de la ciencia y el derecho, que tanto habían cambiado a la Francia revolucionaria.

Como hijo y nieto de mineros y comerciantes, Morazán pudo conseguir algo más: recorría las cuatro o cinco calles hasta el convento de San Francisco para aprender gramática latina con fray Antonio Murga; estudió también historia y matemáticas; abordó la Ilustración y admiró a los enciclopedistas, Mostesquieu y Tocqueville, de ahí su conciencia política y de gobierno.

¿Que el estudio laborioso de Morazán puede reforzar la endeble identidad nacional? Desde luego, sobre todo si se trata de defender los apetecidos intereses del país, esos que nos permiten tener nuestro mal distribuido territorio, el maltratado idioma, los parcializados derechos; o bloquear la feroz alienación y elevar la autoestima.

Y es que Morazán, cuyos privilegios de época no le alcanzaron para una educación formal, escolarizada, forjó en el autodidactismo un claro razonamiento político y social de su tiempo, que impresionó hasta el mismo prócer cubano José Martí: “Un genio poderoso, un estratega, un orador, un verdadero estadista, el único quizás que haya producido la América Central”.

Está tan presente en nuestras vidas y a la vez no: en el billete de cinco lempiras, en el nombre de las escuelas, en los actos cívicos, en algunos bulevares, en el departamento que abriga la capital, en este inexplicable feriado en temporada de huracanes.

Pero ciegos de tanto mirarlo, algunos hondureños perciben a Morazán solo como una leyenda, como algo que fue, porque, superado el oscurastismo a través de los siglos, ahora la tecnología los abruma con información, pero fútil, superficial, todos saben de todo y nadie sabe nada. Morazán sigue tan vigente; sus reclamos sobre educación y aplicación de justicia parecen actuales. Su visión integracionista es urgente. Estudiarlo, conocerlo, vivirlo puede ser otra herramienta para ayudarnos a encontrar la huraña prosperidad.