El precio de no filosofar

El mundo nos está pasando por encima, y creo desde mi punto de vista, que se debe a que no pensamos la vida

  • 12 de noviembre de 2024 a las 00:00
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Imaginemos que hay un mundo ideal, en ese mundo ideal cualquier agrupación de personas, del carácter que sea, tienen como único objetivo la felicidad del ser humano, por lo tanto necesita pensarse constantemente para poder ejecutar acciones que procuren la consecución de sus objetivos, entonces, en cada institución (insisto, del tipo que sea) hay un filósofo o una filósofa. Esa figura casi inexistente en nuestro mundo real se convertiría en imprescindible.

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Penosamente el mundo parece haberse configurado de tal manera que no necesita pensarse. El sistema de producción en serie es más que una imagen simbólica de nuestros tiempos, es la sociedad moderna misma, en la que simplemente hay que hacer A para conseguir B para que el mundo piense C de mí. Y somos, claro está, una pieza más en el ensamblaje, reproducible mil veces y, por lo tanto, desechable.

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Hay en la modernidad un sabor amargo a homogeneidad, a programas que nos ponen cada vez más de prisa. Vamos por la vida a las carreras, nos tropezamos y creemos que si no tomamos el tren de las siete de la mañana el de las siete y media ya no nos sirve porque es demasiado tarde. Estamos construyendo este mundo rápido y mal, y nuestra creación nos está explotando en la cara.

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La vida moderna nos ha obligado a vivir en horarios extendidos y calificar de poco eficientes a las empresas que no resuelven nuestras necesidades en el acto, a costa, probablemente, de que sus empleados tengan también horarios complejos para conjugar con la familia, por ejemplo. La escala de valores por su parte es homogénea, de un lado y del otro, y es por eso por lo que este mundo, poco menos que apocalíptico, nos parece normal y vivible.

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Vivimos terribles pandemias ocultas, como la depresión, la ansiedad, la vacuidad de la vida, el alcoholismo, la adicción a las drogas, la adicción a las redes sociales, la adicción a las compras y a los productos de la cultura popular. El mundo nos está pasando por encima, y creo desde mi punto de vista, que se debe a que no pensamos la vida.

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No pensar la vida y nuestra condición humana ha permitido que nos tardemos en ponerle un límite a las cosas, por ejemplo, hemos normalizado que el trabajo o la escuela invada, incluso anule a la familia, hemos puesto “el progreso” por encima de nuestra felicidad y nuestra paz.

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Por supuesto, que este no es un mundo ideal, claro que no, faltaba más, y estoy más que seguro que después de este artículo no habrá un filósofo en cada agrupación social, sin embargo sí que existe la manera de que se haga filosofía en cada sitio, incluso en cada hogar.

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La clave, o por lo menos una de las más importantes, como suele suceder en muchos casos, está en la educación. Y posiblemente no se trate tanto de enseñar a pensar como de acostumbrar a las personas a pensar: cuestionar, dudar, negociar, otorgar, descreer para creer, analizar, explicar, alejarse de los dogmatismos, y un largo etcétera.

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¿Es posible que sea más fácil ir por la vida en piloto automático que nos lleva donde las tendencias quieren, que detenerse por un momento a pensar cuál es nuestro camino y cuál es el próximo paso como individuos y como especie? Quizá.

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Ahora mismo, y casi como si se tratara de una revelación, tengo una particular esperanza en la nueva generación, percibo en ellos y en ellas una cierta conciencia de lo que en verdad le está sucediendo al mundo.

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Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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