Murió el pasado 12 agosto en París uno de los más consagrados intelectuales de origen egipcio, el economista Samir Amin, con más de 30 obras publicadas sobre distintos temas vinculados con las relaciones entre los países subdesarrollados y las naciones industrializadas. Sin lugar a dudas que este intelectual fue un teórico y militante activo durante toda su vida en la explicación y fundamentación de la lucha de los movimientos de liberación nacional surgidos en África y en Asia después de la Segunda Guerra Mundial, movimientos que cambiaron el mapa mundial.
Fue un promotor de la unidad de los países pobres, llamados también países del Sur, para oponerse a la dominación de un Norte, hoy más agresivo que nunca, sobre todo cuando se trata de controlar las fuentes de energía y de materias primas indispensables para mantener un modelo de acumulación de riqueza injusto. Siguiendo la lógica de otras teorías y modelos económicos como el pensamiento de la Cepal y la teoría de la dependencia, definió las relaciones Norte-Sur como relaciones de intercambio desigual en detrimento de las economías subdesarrolladas.
A juicio de Samir el subdesarrollo no es casual, sino que es el resultado de la forma como el capitalismo se desarrolló, mientras unos países se especializaron en la producción para la exportación de manufacturas, otros, los países hoy día subdesarrollados, exportaban materias primas y alimentos con una dinámica diferenciada de precios; los primeros venden caros sus productos y los segundos venden barata su producción creando con esto un déficit comercial que deteriora las relaciones comerciales en contra de las economías subdesarrolladas. Comprar caro y vender barato es un mal negocio para los pobres.
Prestó mucha atención a los aspectos culturales como elementos constitutivos de los cambios sociales, demostrando cómo el eurocentrismo, que después su idea evolucionó a una idea de capitalismo como sistema mundial, se impuso trayendo valores en correspondencia con sus intereses al resto del mundo. La recuperación cultural es importante, según su pensamiento, pero no se puede lograr sin la relación con otros componentes de la sociedad como lo económico y político.
En la explicación mundial del capitalismo, decía Samir, este ha revelado la contradicción que existe entre sus pretensiones universales y las polarizaciones que genera en la realidad material. Los valores, totalmente vacíos, promulgados por el capitalismo en nombre del universalismo (individualismo, democracia, libertad, igualdad, ley, etc.), son meras mentiras para las víctimas o valores que solo se adecuan a la cultura de Occidente. Con esta idea explicaba el economista egipcio las falacias del interés en aplicar para los países pobres, como el nuestro, una institucionalidad ajena a nuestra realidad, generando apenas la ilusión de una democracia que, en la práctica, incluso en algunos países desarrollados ha dejado de funcionar.
El capitalismo mundial, por su propia dinámica, quiere uniformar con sus valores realidades sociales diferentes, con lo cual genera más distorsiones en el tejido de las sociedades.