Después de leer los planteamientos de los tres Premios Nobel de Economía del 2024, en favor de las “instituciones inclusivas” y en contra de las “instituciones extractivas”, es casi obligado preguntarse ¿por qué fallan las instituciones en nuestros países?
Las respuestas a esa pregunta pueden revestir varios matices. Por ejemplo, para la mexicana Soraya Pérez: “Estados Unidos, Gran Bretaña y los países desarrollados de Europa se hicieron ricos porque sus ciudadanos derrocaron a las élites que controlaban el poder y crearon una sociedad en la que los derechos políticos están mucho mejor repartidos; en donde el gobierno debe rendir cuentas y responder a los ciudadanos; y con una gran mayoría de la población que puede aprovechar las oportunidades económicas para su prosperidad. Este debe ser el modelo de país para los mexicanos”.
De acuerdo con la particular óptica de Soraya, para lograr tener instituciones exitosas es necesario que los ciudadanos derroquen “a las élites que controlan el poder”, con el propósito de crear “una sociedad en la que los derechos políticos estén mucho mejor repartidos”, “el gobierno rinda cuentas” y en la que sus autoridades “respondan a los ciudadanos”.
Sin ánimo de criticar, esa visión me recuerda a las viejas teorías de lucha de clases sociales, a las cuales alude Soraya como “élites”. De tener sentido este planteamiento, tendríamos que admitir que sin una “revolución política” nunca se podrá tener “instituciones inclusivas”, ya que las nuevas “élites” harán que fracase cualquier iniciativa con ese objetivo.
Me atrevo a decir que ninguno de los tres Premios Nobel de Economía del presente año apoyaría la tesis de “derrocar a las élites que controlan el poder”, porque en esencia ellos son defensores de la democracia y del orden capitalista que impera en la actualidad.
Si aceptamos que las instituciones pueden fracasar por razones como: 1) inestabilidad política y corrupción; 2) brechas económicas y pobreza estructural; 3) prejuicios, estigmas y resistencia al cambio; 4) baja capacidad administrativa y falta de coordinación entre entidades; 5) bajo nivel educativo y desinformación; y, 6) crisis económicas y desplazamiento forzado; lo adecuado sería que para superar estos desafíos se implementaran estrategias que fortalezcan el compromiso político, reduzcan la desigualdad y promuevan una cultura de inclusión y respeto.
Es necesario que todos luchemos por vivir en una sociedad democrática, justa e inclusiva, pero el camino de la “revolución política” únicamente genera dolor, sangre y muerte. Nuestras instituciones pueden cambiar con el esfuerzo de los ciudadanos, mediante la “vía pacífica” que representa el mejor camino para lograr materializar la necesaria transformación de la sociedad. Baste recordar a Mohandas Karamchand Gandhi, más conocido como Mahatma Gandhi (Alma Grande en hindi), que logró conseguir la independencia de la India mediante la desobediencia civil no violenta.
Es bastante curioso que tanto las anarquistas de izquierda como los de la derecha suscriban un programa político que atenta contra las instituciones y la democracia. Ambos son proclives a respaldar sociedades e instituciones autoritarias, y suelen terminar apoyando a dictaduras oprobiosas, aunque les encanta enarbolar las banderas de salvación del pobre pueblo pobre.