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Filánder retrata a Tiburcio

Tiburcio Carías Andino es el más astuto político hondureño, pues a pesar de su extracción pequeño-burguesa conquistó al campesinado”... figura esta no sólo de montoneras sino del electorado. Para ganar el alma rural Carías recurrió a su arte de simulador: vistió con atuendo campesino, camisa de manta, cinturón de cuero y botas claveteadas, así como hablaba con ellos en español arcaico: máiz, páis, Láinez, váyamos, séamos, alíniense y frases con factura campesina.

Con este resumen describía al dictador del Partido Nacional Filánder Díaz Chávez (por aquel exilado a El Salvador), doctor en ingeniería civil (Universidad de El Salvador) y sociólogo, alto morazanista como figura excepcional del intelecto por su agudo estudio de la realidad y su severa visión crítica, además de docente en la universidad y revolucionario. Los conceptos acá abreviados provienen de su libro “Carías, el último caudillo frutero” (Agosto 1982).

Candoroso e ignorante, ratifica Filánder, Carías dijo esta frase llena de insensatez: “En Honduras no hay problemas sociales”. Fue “proverbial su terquedad cuando en la campaña de 1924 sacrificó a cientos de indígenas Opatoro en el asalto imposible del cerro Juana Laínez, bien pertrechado por ametralladoristas profesionales que defendieron por tres meses a López Gutiérrez ante el sitio impuesto por Carías y otros jefes montoneros”.

Tenía memoria fisiognómica de caudillo bananero, que desarrolló a niveles asombrosos pues cuando tras diez o más años se encontraba con humildes campesinos que lo habían acompañado en las montoneras, recordaba sus nombres exactos y detalles personales, incluso la mula baya o el caballito negro y, además, de qué talante eran y la pinta que los distinguía. “Carías sabe el efecto psicológico de esas remembranzas”.

Dejamos por último su aura de honradez, pues el juicio de un hombre debe emitirse cuando muere. (...) Carías tuvo un período en que, como comandante de armas y gobernador político, se distinguió por la absoluta honradez con que se manejó y, en particular, los fondos públicos. Nadie sabe que haya malversado ninguno.

“¿Mantuvo siempre tal aureola? (...) No, porque (...) igual entregó el poder al pillaje y saqueo de sus conmilitones, en particular la hacienda de sus enemigos; porque dejó que sus funcionarios se enriquecieran a manos llenas; porque, en fin, y es lo más importante, traicionó su supuesto nacionalismo al entregar al país a la explotación rapaz e inmisericorde de las empresas bananeras norteamericanas”.

Dolorosa y terrible evaluación histórica de Díaz Chávez que el tiempo no ha permitido, jamás, dejar en el olvido pues casi exacto retrato, contigua foto, incisiva radiografía se aplica en el siglo XXI a uno de sus más aplicados seguidores, el mandatario ahora enjaulado por crímenes probados en Nueva York.

La pregunta conclusiva de esta divagación es sencilla: ¿cuánto une y hermana a los dos, y que pudo ser perfecta conclusión de Filánder?... Los junta su pertenencia a un mismo grupo político nefasto y ultraconservador, fascista y dedicado en décadas a las peores prácticas del abuso y la represión, de lo corrupto y lo manipulado, el Partido Nacional.

Si dios no lo perdona que el pueblo tampoco.