“Filiberto, el queco”

En la casa de mis padres había “quecos”, así que escuchar a uno me puso nostálgico. Interrumpí labores y esperé a que mi “compañero de cuarto” se manifestara de nuevo

  • 28 de marzo de 2025 a las 00:00

Mis compañeros de trabajo se rieron al escuchar que tenía mascota nueva y un poco más cuando les di a conocer el nombre. Recién llegado a la ciudad, pasaba mucho tiempo en la oficina por las noches. Una de ellas, mientras tecleaba en la computadora, el silencio nocturno fue interrumpido por un sonido familiar. No me encontraba solo (de hecho tenía una extraña sensación de que “alguien” me observaba) y el ruido similar a un chasquido delató que muy cerca deambulaba una lagartija de piel transparente o “gecko”.

En el país les llamamos “quecos” y cuentan por ahí -versión que siempre he querido corroborar- que son tan “extranjeros” como las empresas que los introdujeron para acabar con un plaga local de insectos que amenazaba sus cultivos. Al parecer los pequeñines cumplieron bien su labor y, como suele pasar con especies invasoras, se quedaron felices y a sus anchas en la nueva tierra que les acogía, desplazándose por los cuatro confines del país en cuanto medio de transporte tuvieron disponible.

En la casa de mis padres había “quecos”, así que escuchar a uno me puso nostálgico. Interrumpí labores y esperé a que mi “compañero de cuarto” se manifestara de nuevo. Así lo hizo y le localicé, posado en una planta de interior con la cabeza dirigida hacia donde yo estaba. Imité su peculiar chasquido y recibí lo que yo interpreté como una respuesta. Decidí “bautizarlo” y, a partir de ese momento, “Filiberto” cuidaba de la oficina cuando yo me retiraba de ahí. Me justifiqué ante mis compañeros diciendo que mi abuela y mi madre, dedicadas cuidadoras de animalitos de cualquier tamaño y especie, solían darles nombres originales.

Con frecuencia los diarios traen noticias de personas que han tenido problemas con las autoridades y vecinos por adoptar como mascotas animales extravagantes y hasta peligrosos. Un individuo con una colección de víboras y serpientes venenosas; alguien que tenía cocodrilos o de una señora que fue atacada por un tigre que, evidentemente, dejó de ser cachorrito.

Así las cosas, ¿qué daño haría tener a un “queco” por mascota? En mis tiempos de universidad, recuerdo a una alumna que llevaba al campus una rata blanca, a veces sobre el hombro y otras dentro de un morral. Hay quienes tienen monos y otras especies menores de animales medio salvajes en casa. Un amigo, aspirante a biólogo, gustaba de tarántulas y arácnidos similares.

Acostumbrados a lo aceptable por la mayoría, a muchos también les cuesta entender que las mascotas no se limitan a los canes, mininos, tortugas, pececitos, cuyos y avecillas, también hay quienes gustan de otros animales, de sangre fría y caliente, mamíferos o no, y hasta de insectos. Eso sí, mientras su tenencia no sea ilegal, ni represente peligro mayúsculo para sus dueños y la comunidad (por su ferocidad, toxicidad u otra característica de cuidado), una mascota o varias siempre serán bienvenidas y motivo de orgullo para sus dueños(as).

Así fue con “Filiberto, el queco” y hasta le he dedicado unas líneas, ¡mire usted!

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