Columnistas

Gobierno de leyes

El Credo de la Cámara Junior Internacional, una institución mundial formadora de jóvenes dirigentes en cientos de países del orbe, establece en su decálogo que “los gobiernos deben ser más de leyes que de hombres”, entendiéndose la palabra hombre como sinónimo de personas. Esto representa sin lugar a equivocaciones que la conducción de los pueblos debe llevarse a cabo por personas íntegras, capaces, visionarias, de profundo sentido de solidaridad humana, pero sobre todos estos atributos, respetuosas de la Constitución y las leyes que fijan el marco del comportamiento social con el fin de garantizar un orden que sirva de plataforma para ese desarrollo humano que tanto demandan los pueblos.

Cuando toma posesión cualquier funcionario del más alto nivel, en cualquiera de los poderes del Estado y sus dependencias, en solemne ceremonia, los nominados o electos levantan su mano derecha y con la izquierda sobre la Constitución prestan su promesa de ser fieles a la República, cumplir y hacer cumplir (al pie de la letra) la Constitución y las leyes. Esta promesa es más que todo un juramento frente al altar de la Patria y, sobre todo, de cara al pueblo en el sentido que no existirán dobleces ni subterfugios ni leguleyadas que justifiquen el rompimiento de este compromiso sagrado. Aunque en nuestra Honduras, por esa maldita nueva onda del “chavacanismo” todo se ha llevado a nivel de circo malo y la violación de la ley y el irrespeto al pueblo, se ha convertido en tarjeta de presentación, escudándose en darle prioridad a una perniciosa fidelidad político-partidaria, desdeñando la voluntad soberana de los hondureños.

La Constitución, las leyes y las normas no se cambian como se cambia la ropa interior, al antojo de los funcionarios responsables de velar por su cumplimiento, no es asunto de cumplir y hacer cumplir solamente cuando les conviene personal y políticamente, la norma se aplica parejo y sólo puede ser modificada cuando las circunstancias que determinaron su promulgación han variado de tal manera que, para no perjudicar al pueblo, demandan su reforma o derogación. El manoseo vulgar de dichas leyes sólo conduce al rompimiento de la armonía social que conduce a la anarquía y a la caída estrepitosa de gobiernos, instituciones y sistemas.

En nuestra Honduras, en las últimas décadas, el irrespeto a las leyes ha sido flagrante; los mandatarios impusieron el método de “las cosas van porque van”, obedeciendo únicamente caprichos de índole personal o siguiendo patrones de conducta administrativas importadas de países que sufren el flagelo de la miseria, el despotismo y el éxodo de sus habitantes. Nuestra crisis no viene solamente de los últimos 24 meses, ni de los 12 años anteriores, viene desde más atrás, sin que nuestros liderazgos hayan hecho el menor esfuerzo por matar la raíz de este árbol podrido que nos tiene bajo la sombra de la miseria, el subdesarrollo y el descrédito.