Ya no es lo mismo. No llueve, hace más calor que antes y no hay trabajo. Así describe el agricultor José la situación en el Corredor Seco centroamericano. Como las cosechas son cada vez más escasas y las oportunidades laborales limitadas, sus ingresos y la posibilidad de alimentar a su familia han disminuido. Con un hijo de cuatro años y su mujer embarazada, este joven salvadoreño de 26 años piensa en emigrar nuevamente si no hay mejoría. Fue deportado en su primer intento hace unos años.
Su historia refleja la realidad de millones de personas que dependen de lo que siembran en el Corredor Seco de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Van varios años en que ha llovido demasiado o no lo suficiente en esta vasta zona que es especialmente vulnerable a la variabilidad climática. A raíz de la prolongada sequía y lluvias torrenciales en el 2018, hoy 1.4 millones de personas necesitan asistencia alimentaria urgente. Se trata de una emergencia invisible para el mundo, pero es el día a día con el que lidian los agricultores de subsistencia, los jornaleros y sus familias.
Por ello, en vez de esperar que los resultados de esta cosecha o la siguiente sean mejores, debemos prepararnos para la posibilidad de que el clima errático continuará. Minimicemos la zozobra y la incertidumbre e invirtamos en programas que permitan que las comunidades se adapten a estos cambios.
El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP) da asistencia en los cuatro países del Corredor Seco para que comunidades manejen mejor el agua, reforesten y diversifiquen sus cultivos e ingresos. Se les capacita en técnicas agrícolas y provee de herramientas. A su vez, se les entrega dinero en efectivo para crear y rehabilitar activos productivos y mejorar su capacidad de manejar riesgos. En el caso de José y un grupo de vecinos, quienes recientemente participaron de un programa nuestro, también tienen una parcela comunitaria donde siembran diversos productos para su consumo.
En otras localidades del Corredor Seco, los participantes tienen gallinas y huevos, abejas y miel, peces, producción de cerámica y hasta hamacas. Crearon cooperativas de ahorro y préstamo y pequeñas empresas agrícolas. Son hombres y mujeres, jóvenes y personas de la tercera edad, todos trabajando hombro a hombro por su comunidad. Quieren salir adelante. Quieren quedarse en casa y no verse forzados a migrar a ciudades, países vecinos o más lejos.
WFP, gobiernos nacionales, comunidades afectadas y otros socios apostamos por la resiliencia porque hemos comprobado que los beneficiarios de nuestros programas se encuentran en una situación mejor con respecto a la población afectada. Si nuestros proyectos participativos se hicieran a mayor escala y con una visión a largo plazo, el cambio para mejor llegaría a un mayor número de personas vulnerables.
El fortalecimiento de los sistemas de protección social también traería beneficios a largo plazo. Aparte de nutrición, educación y salud, podrían incluir apoyo para adaptarse, cuidar y mejorar comunidades afectadas por el clima, y garantizar la nutrición de las familias. Además de unirnos para responder a emergencias, también tenemos que invertir en el desarrollo y futuro del Corredor Seco.