Columnistas

Ironías de la vida

Como muchos jóvenes hondureños con escasa formación política, un amigo cercano fue parte de los idealistas, que soñaban con una patria cuyo principal eje institucional fuese el bien común y la justicia social. Por ello se sintió atraído por la ideología izquierdista, y fue hasta después de 30 años que interiorizó la frase arbitrariamente atribuida a Winston Churchill, según la cual “quien no es socialista a los veinte no tiene corazón, y el que sigue siendo socialista a los cuarenta es que no tiene cerebro”.

No puedo juzgar a nadie por adoptar una ideología de izquierda o derecha antes o después de sus 20 años, ya que tan solo pretendo narrar el paso de mi amigo por esa tierra incógnita de las ideas revolucionarias. Así, recién llegado del campo a la ciudad capital, y mientras estudiaba en un colegio nocturno, un familiar le regaló el “Manifiesto del Partido Comunista” escrito por Carlos Marx y Federico Engels. Este documento impactó en su nula formación ideológica, por lo cual le pidió a su pariente que le brindara más de esa literatura. Al poco tiempo su inesperado adoctrinador le proporcionó un “Manual de Materialismo Dialéctico e Histórico”, elaborado en la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, el cual absorbió como esponja durante numerosas noches de apasionada lectura, que lo llevaron a ingresar a una célula del Partido Comunista Hondureño (PCH), que más tarde supo pertenecía a la línea moscovita, diferente a la línea maoísta, en la cual destacaba como dirigente Agapito Robleda (QEPD).

Aquí me detendré a narrar una primera ironía de la vida de mi amigo. Como militante de la línea moscovita, aprendió a despreciar a los integrantes del llamado Partido Comunista Marxista Leninista de Honduras (PCMLH) porque pregonaban la conquista del poder mediante la vía de las armas, lo cual en ese entonces difería de la estrategia de “acumulación de fuerzas” establecida por el PCH.

La estrategia del PCH sostenía que todavía eran muy pocos (aunque bastante sectarios, según Martelito), y que en Honduras no se habían dado las condiciones objetivas y subjetivas para emprender una revolución armada. Lo irónico consiste en que Agapito fue uno de los examinadores de tesis para que mi amigo se graduara de economista en la UNAH. Él asumía que no podría entenderse con su adversario y mucho menos aprender algo del mismo. Pero estaba equivocado ya que no solo congeniaron, sino que le ayudó a comprender que tanto en Rusia como en China Popular también existía pobreza, lo cual no encajaba con sus ideas equivocadas, porque según él dicho flagelo ya había desaparecido de esas sociedades, donde los medios de producción pertenecían “al pueblo”.

Otra ironía residió en su apoyo al segundo período de gobierno de Oswaldo López Arellano. Conversando con camaradas de Argentina y Paraguay, mi amigo se ufanaba de la reforma agraria implementada por el gobierno reformista de López Arellano, pero lo agarró desprevenido la sonrisa burlesca de sus contertulios, quienes le explicaron que de los regímenes militares nunca terminaba saliendo nada bueno, lo cual pudo comprobar poco tiempo después.

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