La cadena de la antipatía

“Estamos a las puertas del fallecimiento de instituciones centenarias y de embriones políticos con vicios de origen”.

  • 19 de octubre de 2024 a las 00:00
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Los sentimientos en el ser humano y aún en muchos animales con algún grado de desarrollo cerebral, no surgen improvisadamente. El amor, así como el odio, están sujetos a un proceso de nacimiento, crecimiento y consolidación, que, a su vez, están condicionados por varios factores externos que escapan al control de ese ser humano.

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El amor, como la simpatía, se cultiva, se deja crecer y así enriquecido, de manera sostenida, es factor decisivo para una relación armónica entre dos o más personas, provocando un estado de felicidad, de paz y de bienestar.

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El odio también está sujeto a una cadena de situaciones que se caracteriza por un deterioro gradual de una simpatía original. Este sentimiento de aversión creciente es producto de esperanzas perdidas, de frustración por promesas incumplidas, por la traición a la fe originalmente depositada y por la perdida absoluta de la confianza entregada en custodia a esa tercera persona, institución o cosa. A esta cadena de eventos deteriorantes, le sucede una fase de decepción que borra cualquier remanente de sentimiento positivo, conduciendo seguidamente, a una etapa de rechazo absoluto de aquella persona o institución originalmente admirada y apoyada, y, posteriormente, en casos extremos, al odio.

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En política, la simpatía como la antipatía pueden ir de la mano o a un paso la una de la otra, con mucha facilidad se pueden cometer errores garrafales que transforman un alto grado de lealtad partidaria en un sentimiento de rechazo absoluto.

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En el mundo de hoy, ya no existen las afiliaciones de por vida, se terminaron los votos duros, los electores con un menor o mayor grado de información toman mejores decisiones a la hora de acudir a las urnas y nadie puede reclamar mayorías electorales permanentes, salvo en el instante mismo en que se cuenta el último voto en un proceso de elecciones.

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El caudillismo de antaño falleció en los años 70s; lo que vino después es un remedo de pseudo líderes que se sostienen únicamente por la compra de estómagos y conciencias al punto que, terminada su relación con los círculos de poder, pasan a ocupar las frías tumbas del olvido, siendo recordados únicamente por sus actos reprochables.

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Cualquier similitud de lo aquí expuesto con agrupaciones políticas existentes, no es pura coincidencia, son identificables, tienen nombre y apellido y califican para ser considerados sujetos a esa cadena de antipatía a la que me he referido.

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Estamos a las puertas del fallecimiento de instituciones centenarias y de embriones políticos con vicios de origen, que por no haber entendido que ya transcurrieron 24 años del nuevo siglo, aún se empeñan en navegar con banderas descoloridas y deshilachadas que ya no convencen a las juventudes demandantes de un mejor presente y futuro.

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Un examen objetivo de los planteamientos de todos los precandidatos actuales es desilusionante. No existen esperanzas de avanzar, seguimos con el discurso sectario y vacío. Honduras merece algo más

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