En tiempos de polarización, Honduras clama por un liderazgo capaz de unir en lugar de fragmentar. Un liderazgo que trascienda las divisiones ideológicas y convoque a la nación en torno a un proyecto común de reconciliación, justicia y desarrollo. Ese es el perfil del líder conciliador que nuestro país necesita.
La historia nos muestra ejemplos inspiradores de líderes que sanaron heridas y construyeron consensos en momentos críticos. Nelson Mandela en Sudáfrica, Martin Luther King en Estados Unidos, Mahatma Gandhi en India... Figuras que, con su ejemplo y palabra, desactivaron la espiral del odio y abrieron caminos de entendimiento entre adversarios irreconciliables.
Honduras necesita un líder de talla moral y política. Alguien capaz de superar la mezquindad partidista, la tendencia a anteponer los intereses de un partido político sobre el bienestar del país, y priorizar los intereses de la nación antes que cualquier agenda sectaria. Un líder que convoque a todos los hondureños, sin exclusiones ni sectarismos, a un gran diálogo nacional por la reconciliación y el futuro compartido.
Ese líder conciliador debe tener una visión clara y valiente de la Honduras que queremos construir. Un país donde la diversidad sea motivo de orgullo y no de enfrentamiento. Donde las diferencias se diriman con argumentos y no con descalificaciones. Donde la violencia sea desterrada como forma de hacer política. Donde la justicia, la equidad y la transparencia son los pilares del Estado de derecho, un principio que asegura que todos, incluidos los gobernantes, deben seguir las leyes y que todas las personas tienen derecho a un juicio justo.
Para lograr esa visión, el líder que Honduras necesita debe predicar con el ejemplo. Su trayectoria está marcada por la integridad, la coherencia y el servicio público desinteresado. Debe ser capaz de conectar con diferentes grupos, escuchar con empatía a quienes piensan distinto, reconocer errores y colaborar con el adversario. Alguien que inspire confianza y despierte lo mejor de cada hondureño.
Ese liderazgo conciliador implica firmeza democrática. No se trata de ceder ante el chantaje de quienes promueven la desestabilización o el autoritarismo, que es un gobierno que no respeta las libertades y derechos de las personas. Se trata de defender con determinación el Estado de derecho, que es el principio de que todos, incluidos los gobernantes, deben seguir las leyes, las libertades fundamentales y la voluntad popular expresada en las urnas, siempre respetando el disenso legítimo y buscando entendimientos.
El líder que Honduras reclama es un motor de transformación social y económica. Está comprometido con la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión en nuestra sociedad. Promueve un modelo de desarrollo inclusivo, sostenible y equitativo.
Impulsa la educación, la salud, la innovación y el emprendimiento como elementos esenciales del progreso colectivo. El líder conciliador debe devolver a los hondureños la fe en sí mismos y en su país. Debe movilizar la energía ciudadana en torno a causas nobles y proyectos ilusionantes. Debe convertir el pesimismo en esperanza, el desencanto en compromiso cívico y la polarización en unidad en la diversidad.
Muchos pensarán que este perfil de liderazgo es una quimera inalcanzable. La política hondureña está contaminada por la confrontación y los intereses mezquinos para revelar una figura de esa envergadura. Pero me resisto a perder la esperanza. En el pueblo hondureño hay reservas morales para producir el líder conciliador que necesitamos. Honduras no puede seguir prisionera de la polarización. Necesitamos un liderazgo a la altura de los desafíos actuales, capaz de unirnos en la diversidad, hacernos sentir orgullosos de ser hondureños y movilizarnos en torno a un sueño compartido de paz, justicia y prosperidad.