Una feliz iniciativa es la presentada por el Instituto Hondureño de Antropología e Historia, con el respaldo de la UNAH, a efecto que la UNESCO designe a centros mineros nacionales como Patrimonio de la Humanidad.
La minería de aluvión, es decir la explotación de arenas auríferas, fue la primera actividad económica practicada por los conquistadores hispanos, para ello utilizando mano de obra esclava, indígena y negra. Los ríos Guayape, Ulúa y Aguán llevan en sus aguas sedimentos minerales provenientes de las zonas montañosas del interior, incluyendo el oro.
Posteriormente, se descubrieron yacimientos de plata en la zona sur y central, durante el siglo XVI, que hicieron de la Provincia de Honduras la zona minera más rica de la Hispanoamérica colonial, después de la Nueva España (México) y la Nueva Granada (Colombia). Los propietarios de minas, españoles, debían realizar cuantiosas inversiones para su explotación, adquiriendo azogue para separar la plata de la broza, lo que era un monopolio real; además debían de contar con adecuado abastecimiento de mano de obra, para lo cual se utilizó el sistema de repartimiento, por el cual pueblos indígenas rotaban en proveer periódicamente la necesaria fuerza de trabajo; la utilización de madera para prevenir derrumbes; sal proveniente del Golfo de Fonseca, mulas y cueros brindados por Pespire para trasladar el mineral a la Casa Real, en donde se deducía el 20% o quinto real, impuesto que ingresaba a las arcas del monarca. Las inundaciones y derrumbes provocaban el cierre temporal de las minas, además de provocar víctimas entre los mineros.
Recordemos algunas de las principales minas: Guazucarán, cercana al pueblo indígena de Ojojona (la bocamina está incluida en nuestro Escudo Nacional), El Rosario u Opoteca, en Comayagua; San Salvador, Santa Lucía, en la vecindad de Tegucigalpa, poblado que emergió a partir de 1578, precisamente, por los hallazgos argentíferos encontrados, El Corpus en Choluteca, tan abundante en oro que mereció reconocimiento por parte del rey. Los güirises eran mestizos que de manera subrepticia explotaban las minas agotadas, pero que en sus entrañas aun conservaban fragmentos minerales.
El historiador escocés Murdo McLeod afirma que gracias a la actividad minera Honduras no fue absorbida territorialmente por sus vecinos, y el diplomático español Luis Marinas Otero, en su clasificación de las distintas etapas de la historia patria, designó como la primera a la “Edad de los Metales”. Debemos al gran investigador Antonio R. Vallejo el primer inventario de las minas coloniales hondureñas. Y la gran dama de la historiografía nacional, Leticia Silva de Oyuela, estudió el ciclo minero, tanto en su auge como en su decadencia.
Recientemente, el colega José Cáceres concluyó su estudio acerca de Minas de Oro, otro bienvenido aporte a esta temática. Julio Lozano h, quien trabajó como contador en la Rosario, cuantificó los ingresos no percibidos por el Estado al otorgar generosas dispensas en el pago de impuestos a dicha compañía.