Era par de hermanos, un licenciado y un dundito; tenían una madre. Siempre el licenciado todo, era buen hombre, educado y todo. Enton’s -dis’ que el dundito estaba enamorado de una hija del Rey. Bueno, enton’s la viejita tenía tres chanchos.
-Bueno- dice que li dicía el dundito a la mamá- deme un chancho mamita par’ írselo a vender a l’hija del Rey. Enton’s de que el dundo ya s’iba con el chancho: -¡Coche! ¡coche! ¡coche!- s’iba diciendo el dundo para ir’onde la niña.
-¡Shsst vení! ¡vení hombre! Tr’é el chancho, te lo vo’a comprar-dijo la niña. El dundo: -¡Bueno! Ya s’iba el dundo. Enton’s d’is que le dijo: -Di un modo te doy el chancho.
-Ajá ¿cómo así?
-Que te... la levantés la ropa -dice que le dijo- hasta la rodi’a.
La niña se levantó el vestido y se quedó con el chancho.
Iba el dundo a tr’er el otro, ay venía. -¡Coche! ¡coche! Y llegó al par’onde la niña.
-¡Ah! -dice que dijo la niña- eso está fácil... ummm... me vo’a hacer de mi par de chanchos. ¿Y este dundo qué sabe?
-Vaya- dice que le dijo el dundo a la niña- yo un gusto y un placer quiero.
-Ajá ¿Qué?
-Que se arrolle la ropa, ¡hasta quisito, más arriba, más arriba de la rodilla, ya cerca’e la paloma.
Pero es que la niña tenía
-dice- un pelo de oro, en la ingle, sí; y ese era el secreto que el Rey decía a todos los abogados, a todos los que querían casar con la hija del Rey... Que el que eso adivinaba era el marido de ella.
A’a vino el otro chancho, ay y que era el último. -¡Coche! ¡coche!- decía la niña- ya son tres. Sólo es mm... si no es otra cosa que quiere hacer, ¡sí... nada más! Pues yu le ua enseñar to’o, tá ya.
-Bueno niña yo le traigo l’otro chancho, pero yo quisiera que se levante la ropa ¡hasta ’quisito! (hasta el ombligo, sí, al ombligo nada más). Lo que quería ver era el pelo de oro que tenía la niña.
-¡Ah bueno, ya ’stuvo- dijo la niña!
-¡Va pues! Ya ’stá. Ya vide, ya vide p’a pasar mis pobrezas- dice que dijo el dundo-, nada más me’ quedado pobre sin mis chanchos, pero ya... con eso he de pasar mis riquezas... sólo dios sabe... ¡nada más! Se jué el dundo.
Pues ya un día se rifaba ¡y este día caye! Pues que hoy está en la puerta la niña. Que hay que llevar a ver quién es el que la gana.
¡Todos pasaban! “Buenos días mi niña” y preguntaba el Rey: “El que diga qué tiene la niña en el vientre... ése será el marido de la niña”.
¡Vaaaa’ tooodos! ¡Pues no!, nadie podía adivinar, ni adivinadores ni nada. ¡Ah pues entonces ya! Di último queda el dundo, el hermano del abogado.
-¿Ay y usté que no hablas algo?
-Perdón señor Rey, yo si adivino -dice que le dijo el dundo.
-Ajá, quiero- dice que le dijo el Rey -que digas qué es lo que tiene la niña en el vientre.
¡¡Enton’ que brincaba el dundo!! -¡Ey! ¡Señor Rey! ¡Que la niña tiene un pelo de oro en el vientre!
-¡Qué jodida! -dice que dijo el Rey- corran, ¡¡agarren ese dundo!!
-Ay mi hermanito -dice que decía el abogado- a mi hermanito lo van a procesar, lo van a echar a la cárcel.
A’a lo llevan. -Pa’ -dijo el Rey- ¡rasuren bien ese dundo!
Dundo como sería pero lo chainiaron bien... entonces que lo llevaban adentro y lo fueron a bañar y catriniaron bien... lo llevaron al casamiento.
El dundo fue el dueño -dice- de la hija del Rey.
(Por eso es que dice la razón, que’l tonto para las tonteras es bueno).
Jorge Federico Travieso et al. “El dundo y la hija del rey”. “Tradición oral indígena de Yamaranguila” (Guaymuras, 1988).