En libros de historia encontramos piezas oratorias, testimonios y últimas voluntades garabateados o transmitidas in extremis por variados personajes, enfrentados a coyunturas y desafíos únicos en sus vidas. Cuando salieron de la boca o pluma de sus autores, no sabían que la fuerza de sus voces e ideas les trascendería y serviría de inspiración a contemporáneos y futuras generaciones.
Un testamento improvisado en San José, a horas de un fusilamiento; una proclama en Gettysburg, en medio de una guerra fratricida; un encendido discurso ante pares en una Londres bajo asedio. Citadas reiteradamente, esas líneas son hoy propiedad colectiva, como aquellas de una transmisión radial en Santiago, resistiendo la sorpresa de una traición; las de una emotiva arenga en Uppala, para una nación sudafricana dividida por el racismo, y el llamado a la inclusión de niñas y mujeres desde un Estocolmo rendido a la valentía de una superviviente.
En momentos clave, la humanidad ha podido afrontar grandes pruebas gracias a las palabras y acciones justas y oportunas de sus liderazgos. La inacción y el silencio también han hecho su parte, favoreciendo el crecimiento de problemas y a la vez debilitando la capacidad de reacción del resto de personas. Un buen ejemplo fue la decisión de crear una Sociedad de Naciones después de la Gran Guerra, que no contó con la misma voluntad que sobraron para dar vida a las Naciones Unidas dos décadas después. El precio pagado por no sumar voces a la de su principal promotor y no hacer lo indispensable en su debido momento, fue doloroso e irrecuperable.
Desde hace varios años, las dirigencias políticas y sociales más variadas del país que coinciden en reuniones -algunas más públicas que otras-, convocadas en su mayoría por instituciones y organizaciones nacionales e internacionales interesadas en contribuir con la búsqueda y puesta en práctica de soluciones a nuestros más graves inconvenientes, muestran pesimismo de cara al panorama poco halagüeño. Obnubiladas por la dominante incertidumbre, simplifican sus propuestas de solución a la invocación y “búsqueda ansiosa” de la guía de un líder mágico, capaz de ser el “Moisés” que oriente nuestro caminar errante y sin destino. Esta respuesta milagrosa se agrega a la restringida autocrítica, la indisposición de aunar acciones con otros, la falta de empatía y la descalificación de los esfuerzos de los demás.
Ante grandes encrucijadas como la nuestra, más que un “Gran Timonel”, debemos identificar las voces inspiradoras y trascendentes cuyos mensajes no se limitan a culpar a otros de toda contrariedad, sino que asumen -sin protagonismos- la responsabilidad de compartir sus talentos para enfrentarlas colectivamente y construir en común el futuro que todos(as) merecemos.