Las virtudes nacen en el interior del individuo, basta un modelo para hacerlas crecer. La solidaridad en cambio es transitiva pues para practicarla es imprescindible otra persona a la cual tender puentes de hermandad. La solidaridad es siempre positiva y constructiva. Si la ponemos en ejercicio es para ayudar a otros, para que personas o grandes masas crezcan y perfeccionen. No existe la solidaridad negativa, sería el oxímoron, cosa que los filósofos titulan contradictio in terminis.
Es además virtud discreta. No vas por el mundo, o no debes, anunciando que beneficias a otros pues ello es vanidad. Si en algún modo se divulga la solidaridad es con el fin de que otros lo imiten, con el deseo de despertar en el corazón de más personas amor al prójimo, convivencia y modelación de un mundo mejor.
Su raíz es el amor, pero no amor para nosotros sino activo y constructor en otros. Nadie que desame a sus congéneres y al mundo practica la solidaridad. Quienes visitan a un enfermo para darle aliento y esperanza ejercen modos espirituales de solidaridad. Quien da pésame por la pérdida de seres queridos entra en sintonía con el dolor ajeno. Donar nuestra sangre a otro para que sane tiene significación social, de convivencia y amistad, aunque desconozcamos a quien se entrega.
Los textos sagrados del hombre, o como la literatura, exaltan la solidaridad. En “Las uvas de la ira”, del gran John Steinbeck, una joven madre, viendo desfallecer de hambre a un anciano le da a beber su propia leche materna. En la tragedia “Antígona” de Sófocles (s. VI a. C.) esta muchacha arriesga la existencia para sepultar a su hermano, cuyo cuerpo abandonan las autoridades prohibiendo darle cobertura. En el bellísimo libro “Por quién doblan las campanas”, de Hemingway, un guerrero se sacrifica defendiendo un puente con tal que los refugiados pasen al otro lado sin peligro. Son solidaridades heroicas.
Aunque sirva a veces para engaño, dar unos pocos lempiras al inválido del cruce de semáforos es suceso de solidaridad. Donar ropa nueva o usada a hospicios y asilos refleja apertura para el compañerismo. La caridad es, en el Corán, la mayor virtud demandada al creyente.
Y qué decir de solidaridad entre niños. La contribución de un infante que presta su lápiz a otro es fraternidad. Cuando un niño da a morder su chocolate querido a otro infante comparte una experiencia grata, dígase solidaria. Y cuando el que más sabe ayuda a la tarea del menos preparado, o le pasa el balón para el gol que lo llevará a la chiquita fama de la escuela, es heroico.
El más puro acto de solidaridad es cuando mostramos respeto por la condición humana.
Respeto al maestro que invierte neuronas para darse a otros, al empresario que destina parte de ganancias a aliviar carencias, al guardia que desvela para proteger nuestras
propiedades.
Solidarios son la enfermera que dedica horas para sanar a un enfermo, el policía que dirige bajo la lluvia o el artista que imagina un cuadro que nos transe de emoción.“El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan”, sentenciaba Marx. En “Lo esencial” dice Guillén Zelaya que nadie debe sentir vergüenza por su trabajo, que todos somos necesarios y construimos la patria, algo que no puede hacerse, jamás, sin solidaridad.