En esta vida podremos ser muy útiles aunque no imprescindibles –incluyendo los más duchos en cualquier materia-, pero seguro que al presidente Juan Orlando Hernández Alvarado le será difícil dar con la persona apta que llene el vacío de su desaparecida hermana Hilda Hernández, quien no solo era su mano derecha sino su incondicional confidente.
Igualar su silenciosa y efectiva labor que tuvo durante casi cuatro años al frente de la regencia del indómito será prácticamente una utopía para el hombre o la mujer que logre, si así lo decide el gobernante, sucederla en un cargo desde el cual se perfeccionan las más grandes estrategias para resolver los graves problemas del país.
Para JOH, Hilda era la “bombero” de su régimen, la apagafuegos que ahora ya no está ni estará nunca más en su segunda y crispada jefatura al hilo. La “dama de hierro” murió el pasado 16 de diciembre junto a cinco personas más en el percance aéreo que aún no lo esclarece nadie. El helicóptero azul lo tiñó el rojo sobre la montaña de Yerba Buena.
“No vivas para que tu presencia se note, sino para que tu falta se sienta”, reza el último estado de WhatsApp que la lempireña escribió curiosamente el pasado 16 de septiembre. Tres meses después, el destino le arrancó sus respiros. Juan –como lo llamaba Hilda- perdió su principal pulmón, su guía en medio de una nación tragada por la tirria y la codicia.
Mentes perversas idean que todo es una trama montada desde el poder mismo. En la Fuerza Aérea Hondureña (FAH) saben todos los pormenores de la desgracia. El Presidente –por su lado- es el hombre más y mejor informado.
La nave voló con la venia de “expertos” con un clima adverso, no apto para arriesgar la vida de toda la tripulación.
El accidente golpeó vientres de varias familias, así como el de una treintena de caídas en cruentos combates callejeros exigiendo la salida del jerarca validado por el imperio y el voto.
Su camino será áspero. Empero, Hernández Alvarado tras perder a su vital timonel deberá probar de qué está hecho, si guerrea sin pausa para moler a sus enemigos o cae como el indio Lempira en El Congolón.