Esta semana hay homenajes en diferentes países del mundo, porque conmemoran la lucha tenaz de Berta Cáceres para defender el medioambiente: los ríos y los bosques, la tierra y el aire, la vida de los pueblos indígenas, el agua que todos consumimos, el oxígeno de nuestra respiración, a pesar de que aquí muchos la traten con desdén.
Y es que marzo recuerda la mañana terrible en que el matador entró sigiloso con sus secuaces a su casa para dispararle rencoroso varias veces y despertar la sorpresa horrorosa de quienes sabían de ella y los que no, y la indignación mundial que puso de nuevo a Honduras en el mapa de la barbarie, en el récord del desprecio por la vida.
No todos se habían fijado en lo que pasaba en las comunidades indígenas, sometidas a la exclusión y a la pobreza ancestral, y para colmo, también al saqueo continuado de sus riquezas naturales, dejándoles una estela de destrucción y miseria.
Hasta 2016, cuando la asesinaron entre el 2 y 3 de marzo, el 4 era su cumpleaños.País de penosos contrastes; mientras domina la inconsciencia del resto de la población sobre las calamidades del pueblo lenca, afloran los gustos por su arte y cultura, muchos adornan impasibles sus casas con la alfarería maravillosa de este pueblo, y quién no quiere una camisa o una blusa con detalles coloridos de sus telares.
Otros ambicionaron la riqueza del subsuelo de los pueblos indígenas y llegaron con leyes tramposas y tractores poderosos a derrumbar cerros, en busca de plata y oro; otros quisieron detener los ríos con represas, sin importar que destruyeran los cultivos, las fuentes de agua, las formas de vida.
Olvidaron que estos pueblos de siempre tienen una conexión mística con la naturaleza; que las montañas, la fauna, los árboles, los ríos son sagrados; que destruir su hábitat solo hizo acerar la lucha de varios líderes comunales que, como Berta Cáceres, estaban dispuestos a dar su vida por su gente y sus derechos.
Berta Cáceres sabía que la batalla era difícil, peligrosa; lo anunciaban agresivas las amenazas frecuentes que recibía, las acusaciones de empresarios enredados en estos negocios, los compañeros muertos por lo mismo; pero también sabía que aunque enfrentaran un monstruo podrían vencerlo, se lo había dicho el río.
Ahora se pararon los proyectos destructivos y se salvaron ríos y montañas; se condenó a prisión a algunos de los asesinos y todavía quedan pendientes otros; se reformaron las leyes de despiadada explotación minera y se declararon reservas naturales. Pero todavía falta tanto por hacer, aunque nada justificará el brutal asesinato de Berta Cáceres.
El desarrollo industrial y de infraestructura implica sacrificar algo, pero no a costa de la existencia. El nombre de Berta Cáceres resalta en plazas y edificios del extranjero, en el expediente de su asesinato que aún no se cierra, en el río Gualcarque que sigue su curso llevando vida.