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Sin Corte ni justicia

Honduras, un país que ha luchado por décadas contra la sombra de la corrupción, se enfrenta a una crisis que parece insuperable. A pesar de los esfuerzos de pocos, la corrupción no solo persiste, sino que se enraíza cada vez más profundamente en las instituciones del Estado. En este escenario, la Corte Suprema de Justicia y el sistema judicial, en lugar de ser baluartes de integridad, se han convertido en cómplices silenciosos de la decadencia moral que carcome al país.

Según cifras recientes del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, Honduras se sitúa en el puesto 157 de 180 países, con una puntuación de 23 sobre 100. Este índice deja claro que la corrupción es endémica y que los hondureños no confían en sus instituciones. La Corte Suprema, que debería ser el último bastión de justicia, se ha convertido en un actor más en el juego de poder y corrupción que define al país.

El reciente caso del juez Marco Vallecillo es solo la punta del iceberg. Aunque los detalles del caso son complejos y su desenlace aún incierto, lo que es evidente es la podredumbre que permea el sistema judicial. Un juez que debería encarnar la justicia se encuentra envuelto en un escándalo que pone en entredicho no solo su integridad, sino la de todo el sistema. Este no es un hecho aislado; es un síntoma de un mal mayor que ha infectado a la Corte Suprema y al sistema judicial hondureño.

La corrupción en la Corte Suprema es un golpe directo al corazón de la democracia. Cuando la justicia se vende al mejor postor, los ciudadanos pierden toda esperanza en el sistema. ¿Cómo es posible que aquellos encargados de proteger la ley sean los primeros en violarla? La desesperanza se convierte en la norma, y la idea de un futuro justo y equitativo parece cada vez más lejana.

La corrupción no solo roba los recursos del país; roba también la dignidad de su gente. Honduras está atrapada en un ciclo vicioso en el que la corrupción genera más corrupción, y la falta de consecuencias para los corruptos solo refuerza este ciclo. La impunidad es la moneda de cambio en un sistema judicial donde la justicia es rara vez servida.

Pero la corrupción en la Corte Suprema y en el sistema judicial tiene un impacto que va más allá de los tribunales. Afecta todos los aspectos de la vida en Honduras, desde la seguridad hasta la economía. Sin un sistema judicial que funcione, no hay garantías para la inversión extranjera, no hay protección para los derechos humanos, y no hay futuro para la juventud hondureña.

Es hora de que Honduras despierte y se enfrente a esta realidad. Es hora de exigir un sistema judicial que funcione para el pueblo, no para los poderosos. Pero, ¿cómo se logra esto cuando quienes deberían liderar el cambio son los primeros en resistirse? La respuesta no es sencilla, pero lo que está claro es que, si no se aborda de raíz la corrupción en la Corte Suprema y el sistema judicial, Honduras seguirá atrapada en un ciclo de desesperanza y decadencia del que será imposible escapar.