Columnistas

Sorpresas culturales

Hay redundancia en este título pues lo intelectual siempre aporta sorpresas (y ya no son sorpresas), sea la presentación de inéditos libros; la asignación de recursos que acaba de anunciar la Secretaría de las Culturas, las Artes y los Patrimonios de los Pueblos para la Casa de la Cultura sampedrana; la formación de la joven y exigente Orquesta Sinfónica Valle de Sula; la cercana exposición pictórica, dedicada a misterios del folclore, por Marco Rietti; las eruditas conferencias de Atanasio Herranz en desarrollo, la atractiva calidad que alcanzaron recientemente los premios de cuento en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán y que pusieron a sudar al jurado, el cercano congreso de autores morazanistas en La Ceiba, el exhaustivo ensayo de Helen Umaña sobre Heliodoro Valle, mientras que en la costa atlántica las 26 escuelas de ballet y danza que existen preparan sus funciones para ocaso de año.

Eso para no abundar en las maravillas e imaginaciones que elaboran algunos jóvenes en su afanosa carrera de búsqueda de la dignidad estética.

En noviembre concluirá en San Salvador la labor de copia facsímil del recientemente hallado álbum personal (Relicario) de Clementina Suárez, con 200 páginas y poemas, dibujos y recuerdos de ochenta y ocho artistas e intelectuales de América, en tanto que a inicios de diciembre don Luis Alonso del Moral expondrá en Madrid sus más recientes conocimientos sobre la producción de Pablo Zelaya Sierra, padre de nuestra pintura moderna.

Similarmente brillante, el poeta José Antonio Funes acaba de develar uno de los más inquietantes secretos de la literatura patria y hallado respuesta a cierta pregunta con todo un siglo de edad: ¿quién fue el personaje Annabel Lee de la novela homónima de Froylán Turcios, parcialmente divulgada en 1905 y que, según su testimonio, fue “fragmento palpitante” de su vida?

Es relato erótico poetizado y a veces románticamente patético. La incógnita nació por la resistencia del autor para publicarlo íntegro, llegándose a propalar que lo evitaba porque el prefacio escrito en París (1906) por Juan Ramón Molina era superior al texto propio.

Lo cierto es que tras dos fragmentos divulgados a inicios de 1900 el público quedó en espera del impreso, sin que volviera a saberse detalles de la composición hasta ahora en que en el capítulo VII del estudio “Froylán Turcios y el modernismo en Honduras” (segunda edición ampliada) el doctor Funes disuelve el mito e identifica con nombre propio a Annabel Lee: una quinceañera que en noviembre de 1903 viajó con Turcios a Juticalpa y con quien permaneció en delirante idilio hasta mayo del año siguiente, cuando rompieron relaciones y el poeta se hundió en el acre sufrimiento que refleja su narración.

María Bustamante seguiría cruzándose ante la vista de Turcios muchos más años, incluso tras contraer matrimonio con un médico de mayor edad, si bien crecientemente deteriorada, a causa de la edad y amarguras, su excepcional belleza. Aunque mediatizada en un relato tardío, llega cierto instante en que Turcios la describe indirectamente como “alta y seca; (con) menuda cara de limón, la frente exigua, el bigotillo lamentable sobre la boca marchita...”.

Muere la pasión y el dolor brota entre las palabras...