Columnistas

Tenaz resistencia

Lejos de capitular y con ello poner un alto al creciente número de muertes y mutilados debido a la prolongación de la guerra fratricida, sin visos de concluir, el gobierno ordenó una contraofensiva. Fue así que logró recuperar la plaza de La Paz, el día 18, sin que tal acción significara un cambio decisivo que inclinara la balanza a favor del oficialismo.

El 20 del mismo mes de febrero ocurrió la batalla de El Pedregalito, que enfrentó a las tropas de Carías con las gubernamentales, prolongándose el combate durante casi todo el día, con elevado saldo de muertos y heridos de ambas partes, siendo uno de ellos un sobrino de don Tiburcio, el coronel Calixto Carías, quien perdió un brazo. De allí su apodo de “El Tunco”. La escasez de municiones y armamento obligó a las tropas rebeldes a emprender la retirada, en retirada estratégica, cediendo ante la superioridad cuantitativa del gobierno de facto, que cometía un error al dispersar sus fuerzas en vez de concentrarlas en la defensa capitalina.

Las tropas alzadas estaban altamente motivadas, ciertas que cada avance significaba un paso hacia adelante en la captura del centro político-administrativo del país y, por ende, la consiguiente victoria.

Eran dirigidas por oficiales competentes y veteranos en las lides bélicas, destacando especialmente Tosta y Ferrera como caudillos diestros en el arte de la guerra. El primero militar de escuela, reconocido por su capacidad para planificar y escoger el lugar y el momento propicio para enfrentar al adversario; el segundo, diestro en tácticas guerrilleras, con capacidad de rápidos desplazamientos, contando para ello con la total adhesión de sus soldados indígenas, acostumbrados desde siempre a sacrificios y privaciones. Ambos nacidos en Intibucá, Tosta en 1885, Ferrera en 1880, aquel descendiente de criollos, este de ladinos. En él los lencas, diestros en el manejo del machete y temidos por sus ataques sorpresivos nocturnos, le otorgaban su confianza y lealtad, brindándole total apoyo, percibiéndolo como portavoz y defensor de su soberanía y derechos conculcados desde la conquista española, que convirtió a sus ancestros de hombres libres en vasallos, sometidos a la espada y la cruz, despojándolos de sus mejores tierras y su cultura. Y la Independencia política de la Corona en 1821 no había significado su liberación, tampoco la recuperación de sus patrimonios ancestrales.

La hemorragia continuaba imparable y aún estaba distante el fin de la contienda ante la rotunda negativa de los defensores de la capital de aceptar la realidad. Y el círculo de fuego se iba progresivamente estrechando alrededor de Tegucigalpa, empezando ya a evidenciarse la progresiva escasez de alimentos, afectando a sus habitantes que no habían podido o querido escapar. Uno de los que permaneció en la ciudad fue Policarpo Bonilla, quien era apoyado por Ferrera, mientras Tosta le era leal, para entonces, a Carías, para posteriormente distanciarse de él y crear su propio partido político, de efímera vida.

Los defensores de Tegucigalpa continuaban febrilmente reforzando posiciones defensivas, emplazando ametralladoras y artillería en los cerros que rodean las dos ciudades gemelas, en estado de alerta máxima para repeler a los sitiadores, que aguardaban el momento oportuno para emprender la ofensiva final.

Entretanto, las gestiones diplomáticas y políticas para impedir lo inevitable no prosperaban. La suerte estaba echada.