La proliferación de partidos políticos no necesariamente es un signo de fortalecimiento de la democracia, especialmente en el caso de Honduras donde la mayoría de los que han surgido, antes y después de 2009, no son realmente partidos, en el sentido estricto y clásico del concepto. Son pequeños grupos, casi clubes o asociaciones de buenos ciudadanos, con líderes vanidosos y con una dosis de mesianismo, no representativos de segmentos importantes de la sociedad, su pobrísimo rendimiento electoral demuestra que no se justifica su existencia. El politólogo italiano Giovanni Sartori señalaba que el “multipartidismo está dando lugar a inestabilidad política” y apuntaba el connotado académico que los problemas característicos de los sistemas presidencialistas son exacerbados por el multipartidismo. En su obra “Ingeniería constitucional comparada”, Sartori destaca que “la combinación de presidencialismo y multipartidismo dificulta la obtención de una democracia estable”. Es corto el espacio para analizar los diversos problemas que el multipartidismo extremo, al que ha llegado Honduras, está ocasionando y va a seguir provocando si no se frena a tiempo esa distorsión política, o lo que yo llamo la “hemorragia de partidos”. Uno de los fenómenos que se observa en el país es lo que algunos llaman “crispación política”, que no es más que un alto nivel de confrontación, que antes no teníamos, que crece cada día y amenaza la paz y convivencia ciudadana. Uno de los fenómenos que se aprecia es la descomposición política, gatillada por el desempleo, la alta corrupción, el debilitamiento de las instituciones y la rampante impunidad están orillando a personas acomodadas, con nivel profesional y de clase media, a adoptar cada vez más posturas violentas, radicales y confrontativas. Este fenómeno marcha de la mano con la proliferación de partidos, ambos se alimentan mutuamente. El sistema bipartidista que teníamos hasta el 2009, para bien o para mal, generaba estabilidad política, certidumbre, porque la competencia de las dos fuerzas históricas tendían hacia posturas de centro, a eso es a lo que se le denomina un modelo de competencia centrípeta, es un modelo de concertación donde la mayoría de los votantes tienden al centro, por tanto, todos los partidos buscan esa posición, se moderan, hay poca confrontación. Sin embargo, con el advenimiento al país del multipartidismo extremo lo que se aprecia es el deslizamiento hacia un modelo político centrífugo o de dispersión, no solo del voto, sino que también las personas y los líderes políticos huyen del centro, empujan sus posturas hacia la periferia, o sea, hacia la confrontación y hacia posturas radicales (no necesariamente de izquierda o derecha), porque se rompió el viejo equilibrio, la capacidad de diálogo y consenso. Ahora que está por iniciar una nueva legislación y una nueva etapa electoral, es propicio para que en el país se estructure una propuesta de centro democrático, reformista y progresista, que al menos por la vía del discurso y del debate orille a los actores políticos en contienda a moderarse y dialogar en función de los cambios que urge la nación. No dudo de las buenas intenciones de algunos hondureños que creen que fundando más y más partidos solucionarán los múltiples problemas del país, pero están equivocados, ese no es el camino. Los partidos son un medio, no un fin en sí mismos. El próximo año habrá 14 partidos, ello no ha significado mejorar la calidad de la política nacional, por tanto, no es la cantidad lo que importa, es la calidad.